Escritor y poeta colombiano. Sitio oficial.

“Colombia, tú dejarás de llorar” | En Academia de Historia de La Guajira

Urbina Joiro Academia Historia de La Guajira discurso 2021

Es un privilegio integrarme hoy a la augusta Academia de Historia de La Guajira, en un momento propio, cuando aún navego entre cartas, discursos, decretos del siglo XIX relacionados con uno de nuestros grandes guajiros, al General de División José Padilla, finalmente nuestro gran Almirante, ya en cercanías del Bicentenario de la Batalla del Lago de Maracaibo, donde nuestro genio de las aguas concretó la Independencia de este vasto sector del continente americano.

Este servidor se une a los esfuerzos de la Academia de Historia de La Guajira para honrarlo a él, a La Guajira y a Colombia.

Pero, agradezco, compañeros Académicos, ser vinculado por ustedes, además, de este otro modo, con la tierra bendita donde crecí, el Departamento de La Guajira.

Toda nuestra vida es toda nuestra infancia y permítanme ahora imaginar, por un instante, a aquel niño mulato del siglo XVIII, José Padilla, ya vencedor de cada badén formado por el agua de lluvia en las arenas guajiras mientras arreaba burros con víveres desde Riohacha al pueblo de Pedraza o entre mañanas amarillas bajo el Sol, que en La Guajira a veces parece correr encima de las nubes, como si también trotara.

Tras esta remembranza, compañeros Académicos, los invito a lanzar una luz a la niñez y a la juventud empobrecida, sin horizontes claros tras la pandemia por el COVID-19; recordémosles que alguien tan pobre como ellos logró con esfuerzo ser uno de los hombres más grandes de América e invitémoslos a decir en estos momentos de angustia:

Nada me hará creer que no hay para mí /
ninguna oportunidad en ninguna parte.

En medio de la más honda crisis mundial en cien años, en un mundo con más dinero que nunca y pobres como no hubo jamás, triste desigualdad ahondada por la pandemia por el COVID-19, es apropiado reconocer ahora con palabras de William Yeats,

Una terrible belleza está naciendo

, y los académicos de la historia debemos abandonar la torre de marfil, no sólo por ver de cerca los acontecimientos, sino además para a ayudar a entender las hermosas oportunidades que también se abren en medio del horror, acompañar a otros a conectar el pasado con el futuro en el mismo momento que el acontecer grita, sangra, clama, fuera y dentro de nosotros, porque nada de lo humano nos será realmente ajeno: cuando se daña algo en los demás algo en nosotros se daña también.

Al reparar en las juventudes que hoy protestan, unos auténticamente desesperados, otros sin atinar qué hacer con sus vidas, pienso en el joven José Padilla que, cargado de sueños, pero también de perplejidades, subió a un barco mercante donde las propias tormentas del Caribe restañaron sus lastimaduras por la pobreza, donde cada vara de luz que pasaba a través de las nubes le regalaban un prenuncio de buena ventura, donde lentamente comprendió que el viento salado puede dulcificar y que el temblor de los barcos más de las veces es la emoción de los marineros alegres.

Con esta recordación, desde la Academia de Historia de La Guajira digamos a nuestra juventud, hoy presa de la incertidumbre y el miedo, que allá arriba la Luna mengua, pero sonríe, que siempre sonríe, y alivia con su sonrisa en todos los mares que hay que navegar, pero que aún con poca luz hay que estar atentos a los peligros que acechan, incluidos los extremismos y las acciones motivadas por el odio.

Desde la Academia de Historia de La Guajira recordémosles, entonces, que hubo un muchacho como ellos que se embarcó en Riohacha en una nave mercante y regresó a los 19 años fortalecido para siempre de esa experiencia, ya dominador de su oficio, que hoy los anima con su ejemplo a conocerse a sí mismos, a entender lo mejor para lo que están hechos, a encontrar, desde sus habilidades, la realización y la felicidad; a exigir sin dañar a otros las oportunidades y garantías negadas, a las que tienen derecho para concretar sus justas aspiraciones.

Sigo pensando en el joven Padilla que al embarcarse en Riohacha en el barco insignia San Juan Nepomuceno se encaminó, sin saberlo, a la Batalla de Trafalgar donde el día se volvió completamente rojo. En esta hora convulsa de Colombia, exhortemos desde esta Academia a nuestros jóvenes a avivar el rojo de sus amaneceres y a no temerle o confundirse con el rojo que antecede al anochecer.

Avivémoslos a reconocer la esperanza, que en La Guajira puede teñir con rojo de arreboles incluso a los propios flamencos que descienden rosados desde el cielo; animémoslos a aliviar desde aquí todo eso manchado del rojo batallar de esta república para decir uniéndonos a sus voces: ¡Colombia, tú dejarás de llorar!

Pienso ahora en José Padilla hecho hombre, que debió repetirse a menudo un pensamiento que hoy deberíamos reiterar con nuestros jóvenes perplejos:

Soy del tamaño de mis sueños, /
no del tamaño de la vista de otros

, eso mismo pudo considerar Padilla, que también debió entender que la guerra siempre nos recorta porque de todas maneras triunfa la muerte que toca demasiadas cosas, además de los hombres de cada frente.

Recordemos al país desde esta Academia que hubo un rostro que se hizo para todos nosotros con la Independencia y que la polarización como la cultura del odio lo desdibuja fatalmente, al igual que los populismos. El gran Padilla diría ahora en medio de todo esto:

Entre las voces de rencor /
Sé que hay voces que quisieran decir palabras de misericordia /
Lo digo yo, /
que anduve por donde sólo se veían aguas incendiadas entre voces de dolor /
que aún incordian.

Pero no sólo la memoria del inmenso Padilla nos acompañará en los esfuerzos para invocar los mejores ánimos de guajiros y colombianos, pues son muchos, como él, los grandes paisanos de La Guajira, como árboles finos, que aún después de muertos les hacen sentir a los demás su fragancia, por lo que sus biografías también deben ser comunicadas apropiadamente.

Compañeros Académicos de La Guajira:

Desde aquí, desde Cartagena de Indias, mi pensamiento en este instante se sitúa frente a ustedes, frente a Riohacha, porque los pájaros del mar también tenemos nidos donde hay que regresar un día y ya era tiempo de volver a sentir, así sea por esfuerzo del espíritu, la sabrosa sal de los vientos guajiros en los labios.

Abrazo a La Guajira desde aquí, desde esta tierra donde un 5 de diciembre de 1815 nuestro José Padilla rompió para siempre el sitio de Pablo Morillo, escapando con nuestra libertad ganada y, ahora, cuando la libertad es cautiva en extremos nocivos, de nuevo se me ocurre imaginar palabras que, tal vez, hubiera querido decirnos hoy el propio Padilla:

De muchacho se oyeron la mayoría de mis plegarias / por eso temo que sólo el desierto escucha / Me gustaría pensar que los disparos en mis luchas /
cuelgan de este cielo y recuerdan en mi patria /
la palabra que entonces animaba, /
¡Libertad! Yo pretendo que esa palabra brille más que muchas, /
que todas las horas de mi vida, que viví sin calma.

Con el estudio de la historia se camina contra el olvido, el mismo afán sin pausa que tiene la poesía, por lo que culminaré esta breve intervención leyendo otras líneas del anterior poema, el poema 183, que escribí en 2019, El Almirante del desierto, diré las líneas finales:

Esa tarde del jueves 2 de octubre era amarga, /
en ella nadie podía ser sino sólo triste y sollozar. /
¡Qué las lágrimas ahora sean más claras /
en Colombia tras mi sacrificio! ¡Amalaya! /
¡Pero, Colombia, tú dejarás de llorar /
para que puedas leer en el cielo tu esperanza!

Al final, Almirante del desierto, /
desearía, otra vez, Colombia, /
capitanear todos tus sueños.

Urbina Joiro Academia Historia de La Guajira discurso 2021

 

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Hérnan Urbina Joiro

Escritor y humanista colombiano.

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