ENVIDIA – Poema 154 – Acto I – Hernán Urbina Joiro poeta
Adelantos de Canciones para el camino de Hernán Urbina Joiro POESÍA ESCOGIDA 1974-2019.
Disponible en librerías desde abril de 2020.
Comentarios al Acto I del Poema 154 (Envidia), escrito en el año 2005.
Vamos con el Acto I del Poema 154 ENVIDIA. Vamos a los inicios como Hernán Urbina Joiro poeta hace 45 años. Vamos a una historia que vale la pena contarse en V Actos.
Llegué a la poesía de niño intentando comprender la condición humana. Era claro que la poesía podía contar mucho más de lo que las personas decían de sí mismas, que se nace con el bien y el mal en las entrañas, que no siempre se sabe elegir o qué hacer con ello.
Intentando entender lo humano también llegué a la medicina y a la literatura, siempre intrigado por la envidia, el más triste y devastador de los rasgos observables, ese que lleva a encontrar alegría momentánea incluso asesinando a otro que se odia sólo porque se percibe superior
Envidia, vivencia de fracaso por no alcanzar algo ajeno o que pudo ser propio. Al ser tristeza, la envidia es emoción que nace con los seres humanos, con aquella terrible certidumbre de haber abandonado el paraíso, el vientre materno.
Esa tristeza que marca a los vencidos se aprecia desde temprano, pero de muchacho la envidia es un juego más. Sólo con el tiempo, cuando las preguntas son más desconcertantes, se comprenden las terribles ambivalencias de la envidia.
Ella, la triste y devastada que reconoce superioridad en aquel que es su objeto externo, también puede invitar al envidiado a lograr cumbres más altas, tal como el viento sólo impulsará al ave que sabe volar.
Cuando empecé a escribir versos a los 9 años, muchos decían que no eran míos. Incluso cuando gané el primer Festival de Compositores de Música Vallenata, a los 12 años, en diciembre de 1977, la envidia circuló que aquellos eran versos de mi padre.
La envidia lanzó su congoja a cada triunfo de mis rimas, pero lo viví como parte de mis juegos de muchacho y como viento favorable que me impulsó a cantar mejor cuando la envidia propaló que mis versos serían de Hernando Marín o de Máximo Movil, es decir, cuando me notificó que lo que escribía ya tenía las calidades de los mejores autores de la época.
Años más tarde supe que el más grande escritor de todos los tiempos, William Shakespeare, siglos después de su muerte aún hacía sufrir a sus envidiosos que atribuían sus versos a un Conde de Oxford. Entonces rememoré las experiencias tempranas y también las canté en aquel Poema 154 de marzo del año 2005:
En su Diccionario de psicología, Friedrich Dorsch definió la envidia como un sentimiento de displacer que no permite sino sufrir la risa del que está alegre y satisfecho, porque [el envidioso] envidia un sentimiento del que él es incapaz.
Pero la envidia está atada al odio y, según María Moliner, también con la noción de «Asesinar algo», al indicar que la palabra asesino se aplica a lo que es capaz de causar daño físico o moral.
Es esta una terrible visión, la de una persona que siempre necesita asesinar desde muy joven lo que le duele, sin poder detenerse aunque lo quisiera, gastando vilmente su vida.
La envidia entraña inevitablemente angustia. No es casual que envidia derive del latín invidĭa que significa corroer, roer, concomerse, consumirse. De esta reflexiones surgieron otros versos para la triste deidad, que también incluí en el Poema 154.
La dedicatoria de mi poema 154
Mi Poema 154 Envidia lo dediqué con genuino afecto al gran compositor Alfonso de la Espriella, el autor de Cartagena contigo, connotado investigador de la música colombiana, que en 2005 asesoraba al ex presidente Alfonso López Michelsen también en materia de música.
Fue el maestro De la Espriella quien me contó telefónicamente: «El doctor López me mandó tu libro, Lírica Vallenata, para que le diera un concepto. Es excelente. Pero mándame el CD de vallenatos que traía. ¡El doctor López se quedó con él!».
A mi querido Alfonso De La Espriella
No te puedes esconder,
Envidia, los griegos sabían que eres hombre, Phlohnos,
¡Quítate ese traje de mujer!
Te pone triste todo laurel mío, no merezco tanto,
no soy Shakespeare, a quien quisiste envilecer.
¿Te sedujo el conde de Oxford, que le atribuyes sus cantos?
¿Qué te duele de mí que te acerca hasta el llanto?
¡Y quítate ese traje de mujer!
Te entristece conocer
que mi verso se cante
no merezco tal agasajada
no soy Neruda, a quien trataste
de torcer.
¿Tuviste un affaire
con Tagore, a quien concedes parte
de Veinte poemas de amor y una canción desesperada?
Conmigo no tendrás affaire
ni tendrás nada.
¡De una vez por todas, quítate ese traje de mujer!
Quieres que te tomen por profesor de cultura
tu cultura te tacha de pecado capital
a causa de tu amargura
más de las veces
transitas el mal.
Renegaste de la ira
porque Alfonso de la Espriella defendió El quinto aire
al morir tu lucecilla
un quejido lloriqueaste,
es la tristeza en que reinas
pero has ganado tu mentira,
Phlohnos,
una congoja más no te daría.
¡Eres Reina!
Phlohnos,
toma, recoge tu falsía,
¡Eres Reina!
Alfonso me envió su libro, por cierto,
donde elogia mi laúd
pero cita una habanera del siglo XIX que te daría desconsuelo
pues, atribuye a otra en uno de sus versos,
La Reina eres tú.
Te pones triste si nombran mis libros
no merezco tal solemnidad
no soy García Márquez
a quien trataste
de ensuciar.
¿Deseaste a Balzac a quien has atribuido
Cien años de soledad?
¡Ponte tu traje de mujer y vete a un rincón a llorar!
Conoces tres Premios Nobel, deberías
conocer otro
no sabes de Bob Dylan
porque tu oído es sordo
a liras como Bob repica.
Te transcribo su canto, ojalá algo entiendas
de su escribir,
Jolene, Jolene,
yo soy El Rey, muñeca, y tú eres La Reina.
No sólo contra mí asestas tu fierro
odias a Dante que te dio por castigo
cerrar tus ojos con hilos de hierro.
Estéril. Buscas a tientas
a quien quitarle
su luz.
¿Qué pregunta es esa la que ahora haces?
¿De quién es La Reina?
La Reina eres tú.
Cartagena de Indias, 11 de marzo de 2005 – 16 de octubre de 2016.
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