“Voces de tardes hundidas en el mar”. Mis poemas escritos en Cartagena.
Escribo cada día desde las dos de la tarde hasta cerca de las seis, cuando el atardecer se hunde en el mar con todas las voces que oigo después del mediodía.
Entonces en carrera repaso aquellas que saltaron hasta los textos, las que quedaron fijadas con la misma tinta de este cielo, repitiéndolas en tono alto con la noche encendida de Cartagena.
Conocí la ciudad en los años ochenta, cuando me dije que de viejo allá me iría a escribir. Pero a los 34 años, desde el 21 de diciembre de 1999, la vida de nuevo me contrarió y dijo sin apelación que me quedaría para siempre en medio de esta nostalgia sin igual.
Lo he cantado: No siempre el destino de un hombre será su sueño, pero en mi caso lo fue, cuando me quedé por siempre en esta ciudad bendita.
Fue un cambio drástico. Desde aquel 21 de diciembre empecé a pedir cajas de textos a Casa del Libro de España porque en Colombia eran difíciles de obtener muchas de las obras canónicas de la literatura en buenas ediciones. Las empecé a acomodar entre mis trofeos y condecoraciones por música y medicina.
Ya sin espacio para mis libros, eché a la basura las condecoraciones y los trofeos, que sólo conservo en fotos y envié por correo mi acordeón piano a Gustavo Gutiérrez.
Necesitaba espacio para las palabras de otros autores que me acompañaban en cada tarde a recitar o a escribir hasta cerca de las seis, cuando sus voces y la mía se hundían en el mar, dejando ecos suficientes en los textos escritos.
“Voces de tardes hundidas en el mar”. Mis poemas escritos en Cartagena
Cartagena me regaló casi de inmediato a mi hija Raisa, que llenó todo espacio vacío que aún restaba en mi vida. La primera vez que me quedé sin ella en la ciudad lo entendí por completo, cuando regresé a un apartamento donde parecía que le hubieran extraído el aire.
En ese tiempo uno de sus juguetes preferidos era una guitarra que tenía cuatro teclas —Mi, Fa, Sol, La— en lugar de cuerdas. La tomé de su cuarto y me fui al mío a ver televisión, al tiempo que jugaba con el teclado.
En minutos surgió la secuencia: Mi, Fa, Sol, La, Sol, Fa que llené con la línea: Como nace el viento. Luego siguió la serie de notas que acoplé a: Como llega el verso y después: Apareciste tú.
Así continué haciendo en simultanea música y versos. Cuando necesitaba una tecla superior o inferior que no estaba en el juguete, la tocaba en la mente. Así nació el poema Más que una reina —que luego renombré Hija—, con los textos, las melodías y armonías exactas de la canción hoy conocida.
“Voces de tardes hundidas en el mar”. Mis poemas escritos en Cartagena
Antes de escribir una columna de prensa o asistir a un panel, todavía suelo organizar las ideas en un pequeño poema y luego escribo la columna o salgo a hablar.
Con los años se han ido acumulando centenares de estrofas sobre sucesos nacionales o mundiales, dolores ajenos que volví míos, muy diversas temáticas distintas a la lírica amorosa que no le interesaron a ningún intérprete de vallenatos.
Las voces de estos poemas escritos en Cartagena los comparto en días en que el amanecer todavía trae una carta nueva para mí, días en que gozo de buena tregua con mi conciencia, en que las grandes tristezas se han marchado mar adentro en la oscuridad y la inspiración sigue ganando sus batallas como la nube que siempre burla al mismo Sol, todo el tiempo pensando en la llave que abre, pidiéndole a todo el que pueda que me diga algo distinto sobre el penar porque ya sé hace mucho en donde habitan las penas.
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