Tenemos que ser diversos y no susceptibles a un mismo mal. Si la civilización llegara a tener una enorme uniformidad de características, aunque se consideren «mejores», seríamos vulnerables todos al tiempo si nos atacara un evento adverso común. Así ocurrió con el maíz transgénico en EE.UU. en los años setenta del siglo XX.
La pérdida de biodiversidad no es otra cantaleta vieja verde: hoy más de un cuarto de los mamíferos y de las aves están en grave peligro de extinción. Le corresponde al Humanus, deudor del humus hacer movimientos que no consistan en tristes actuaciones finales. La supervivencia de la generalidad diversa radica cada individuo que además guarda todas nuestras posibilidades. Del individuo surge el resto. No es sino recordar que del huevo fecundado, de una sola célula, arranca todo lo demás que siempre tiende a ser diverso.
La singularidad es la base de la diversidad y nuestra mayor fortaleza. Hoy está amenazada por cuestiones como posmodernismo que busca «normalizar» un tipo de ser humano promedio, bastante atontado, por cierto. Esto pese a que ya nos advertía Bergson hace más de un siglo que una suma total —arbitraria— puede ser algo homogéneo que excluye la diferencia. El esfuerzo por contar incluye las diferencias.
La humanidad tiene su mayor fortaleza en la diversidad. La lección nos ha sido dada varias veces. Tenemos que ser diversos y no susceptibles a un mismo mal.
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