El Maestro debe ser un gran inspirador, no un ideólogo. Debe transmitir a los demás que los caminos por dónde se deba avanzar dependerán de nuestra fantasía. Comunicar que siempre se encontrarán palabras que profeticen por dónde caminar. Si es capaz de enseñar esto en griego o latín, no estaría mal, si los otros le logran entender. Lo primordial es que logre comunicarlo efectivamente. Maestro no debe ser sinónimo de predicador de doctrinas. Más bien debería ser equivalente a inspirador, a intranquilizador o inquietador de la fantasía.
Quien auténticamente lidere las grandes discusiones sobre la actual humanidad debería además ser un buen educador sobre nuestros grandes asuntos. Esto, en una era problemática para educar, puesto que las informaciones hoy suelen ser untadas directamente a la corteza cerebral, especialmente por los medios audiovisuales. Hay mucha información en las pantallas para ser procesada en conocimiento. Pero se sirve a una civilización con un importante grado de atrofia que parece tener cada vez más dificultades para digerir las informaciones y la lactosa.
El Maestro debe ser un gran inspirador, no un ideólogo. Debe tener la capacidad de articular nuevos significados como valores comunes para defender entre todos. Debe ser competente para ayudar a encontrar otros entendimientos, en especial en sitios donde a golpes es achicada la conciencia, donde se promueve razonar con muy pocos sentidos y posibilidades. El maestro, hoy más que nunca, debe trabajar para que ceda la dominación de unos sobre otros por la persuasión reflexiva que da paso a la elección libre del individuo y permite ejercer la legítima democracia.
Gracias, Maestro. De ti depende en mucho lo mejor de lo humano.
Apartes de Apartes de “Humanidad Ahora” (2018), más reciente libro de Hernán Urbina Joiro.
