Lo siniestro y el mal | Hernán Urbina Joiro | Opinión
Las palabras siniestro y mal se volvieron sinónimas, lo que no eran en sus sentidos originales, como consignan Corominas y Pascual, que afirman que siniestro indicaba: «opuesto» o «izquierdo» —no necesariamente maléfico o funesto.
Pero es un hecho que hoy la imagen que nos evoca la expresión siniestro es la de algo desagradable, punible, como describe Ferrater Mora que es la adjetivación de la palabra mal.
Incluso puede decirse sin mucho riesgo: lo siniestro hoy, de nuevo, se teme generalizadamente del mal que se hace por interpretaciones parciales de lo sagrado por parte de grupos con gran capacidad de dañar.
En su célebre artículo de 1919, Freud indicaba que había dos posturas distintas frente a lo sinestro, que además definía como aquella suerte de espantoso que afecta a las cosas conocidas y familiares.
Escabroso resulta que hoy se haya vuelto un lugar común decir que la realidad supera la ficción, en el sentido de que la realidad es cada vez más la fuente dominante de lo siniestro como vivencia angustiante, como vivencia que hace mal.
Abundan males naturales, como las catástrofes ambientales, por caso, suficientes para dar luz y sombra a la existencia y esto, por demás, hace innecesario propinar el mal propio a los demás, tratando de hacer presuntamente algún bien.
Precisamente, como apuntó el mismo Ferrater Mora, su existencia ha planteado al hombre el grave problema de saber cómo enfrentarse con el mal.
Resalta Ferrater Mora tres posibilidades, entre varias: «La aceptación alegre de lo malo», que es la actitud que encuentra en el mal —físico o moral— una especie de satisfacción o complacencia.
Tal actitud ha recibido el nombre de algofilia —amor al malo y a los males— y hoy sería el mismo sentir del nihilista, de ese que parece gustar el mal como si fuera un bien, por ejemplo, al hacerse estallar con explosivos entre multitudes de inocentes o dispararles a mansalva.
Finalmente Ferrater Mora describe otra aptitud que llama por «La acción», individual como colectiva, destinada a transformar a la persona y las condiciones que median en el mal y que sería la invitación que se hace desde estas líneas frente a lo siniestro que daña.
Desde pueblos muy antiguos, la cuestión del mal estuvo ligado a la cuestión religiosa. Pero qué triste e inaceptable es esta época actual, del regreso al mal ligado a lo siniestro por interpretaciones extremistas de lo sagrado, por los integrismos y relativismos que buscan dominar con el terror.
El libre albedrío propio finaliza donde empieza el libre albedrío ajeno. Incluso hasta puede compartirse con otros ese libre albedrío de manera consciente y concertada, pero nadie tiene derecho a asestarle a otro su mal y a devastarlo con lo siniestro que anida por dentro, por más importante que le parezca al nihilista su terrible verdad ética.
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