*Hernán Urbina Joiro / Especial para Arcadia y Semana
Cuando se pierde la serenidad, ese equilibrio previo, cada cual intenta una forma de restaurarse. La mía, desde los nueve años de edad, ha sido encerrar en tercetos, cuartetos, sextetos, en estrofas irregulares —imitando a mi padre, que todo lo podía retratar en versos—, eso que me abruma, eso que ha tomado dominio sobre mí.
Canciones para el camino es una selección de 182 poemas escritos entre 1974 y 2019, la mayoría inéditos, en los que comparto imágenes con las que pude ser, por un instante, la noche misma, la lágrima atrapada, silbo y viento inacabable bajo un inmenso azul solitario. Desde entonces supe cómo hacer el camino diciendo al mismo tiempo la música de mis palabras.
1
La turba cegada en San Juan del Cesar cometió la matanza de tres campesinos por vengarles, presuntamente, a un paisano que habrían asesinado en el mismo sitio donde 99 años atrás cayó muerto el presidente de los Estados Unidos de Colombia, Joaquín Riascos, a manos del General Felipe Farías. Aquella fue la primera conmoción que recuerde que haya podido dominar por completo encerrándola en mis rimas.
Venganza (1974)
La maestra horrorizada no tuvo que decirlo.
Algo malo ha sucedido. Mi papá fue hasta el colegio.
Se levantaba el pueblo como ocurrió en otro siglo
desde el mismísimo sitio en que un Presidente había muerto
En la esquina de Pachita, me contó el tío Gonzalo,
un Presidente de Estado cayó en guerra con Farías.
Joaquín Riascos en sus días se firmaba el derribado.
Morir ahí mismo a Gustavo
Cuello luego tocaría.
Balacera, piedras, machete, alboroto.
En la arena uno tras otro
cayeron los sospechados,
por donde quiera intentaron
escapar quedó un rojo.
Policía, el gobierno todo,
ese día quedó anulado.
De la venganza no hay quien pueda devolverse.
No se sabrá la verdad
de los bolivarenses.
1. Joaquín Riascos fue Presidente de los Estados Unidos de Colombia por 36 días en el año de 1867. Murió asesinado en San Juan del Cesar el 8 de agosto de 1875.
2
El sábado 29 de octubre de 1977, el día que desfilaron cinco ataúdes por las calles de San Juan del Cesar, llevando masacrados al viejo Juan Aurelio, a sus hijos y nietos, fue el día en que definitivamente terminó mi infancia, a los 12 años.
Cinco ataúdes andan por el pueblo (1977)
Adelante, Juan Aurelio.
Debía ir primero por ser mayor en edad.
Valor, por piedad, la viuda pedía al cielo,
se desvaneció hasta el suelo cuando lo miró acercar.
Del hospital también salieron Jaime,
Enrique, Jorge Luis, tarde salió Rafael.
Todos en caoba impecable
y la tristeza que invade del que ya no ha de volver.
Masacre. Acaba una era en el pavor.
¿Trompos, cometas, quién se atreve a sacar donde se murió el color
y cinco ataúdes por siempre andarán?
3
Cuando inicié estudios de medicina en 1983, debía tomar dos buses en el norte de Bogotá para llegar a la Plaza de Los Mártires. De allí caminaba hasta el Hospital de San José en medio de prostitutas, gente de la calle de todas las edades, ladrones que corrían con alguna prenda en la mano, entre pobres bazares de ropa usada y bares lúgubres. Conecté con la tristeza de esos lugares, con el hambre y el desamparo de esas personas. Allá iba cada mañana en solitario y en las tardes hacía el mismo trayecto inverso, como si tuviera buenas razones para andar confiado en medio de aquel infierno en la tierra. No hay duda de que la confianza sólo le sirve al que ya confía en ella.
Los Mártires (1984)
Plaza de Los Mártires.
Plaza de los frágiles.
La primera magullada
del látigo y la espada
puede verse en derredor
frente a la Iglesia del Voto Nacional
frente al Batallón Guardia Presidencial.
¿No los liberaron de la perdición?
¿No los liberaron del tirano opresor?
¿Dónde están, libertadores?
De aquí se fue la pompa, la gracia,
como va corriendo el Sol a otras estancias
dejando sus requemadas huellas de la noche.
¿Qué sollozas sin cansarte
niño de pena ahora mía
de tanto verte mañana y tarde
cada día
en mi recorrida
al hospital
con tristeza por cruzar
tu plaza derruida?
Misericordia. Miser, desdichado.
Cor, corazón. Quizás así lo deba ser
tener vuelto miseria el costado
izquierdo para comprender
el sufrir por estos lados.
Aprisiona uno
un mendrugo
de pan entre sus dedos
como poniéndole cadenas
pero sus cadenas
hace mucho
lo han vuelto un prisionero.
Se abraza un muchacho
a un frasco
de pegamento, como balsa,
como venciendo las aguas
pero lo ahogado
en su desgracia
no será recuperado.
Llora el más pequeño
que aún no sabe hablar
llora todo el día a voz en cuello.
Averno, donde los muertos
viven su vida de infierno
sobre tu cielo las aves no arriesgan cruzar
donde viven los que nacen yertos
noches eternas a plena claridad
en pos de las sombras desde un eternal
anochecer despierto.
¡Averno, soy un pájaro pequeño!
Y me atrevo a traspasar
donde la prosperidad
se mudó solitaria sin su cuna y sin sus deudos
donde la indigencia no se puede disfrazar
porque rezuma en los ojos, el cabello, la risa
en niños ancianos que cargan el costal
en ancianas niñas que venden amor a prisa
respirando sustancias que puedan trastocar
el vivir sin esperanzas, el caminar sin salidas.
Un raponero
cae herido.
Calle de excrementos
que siguen su ritmo
con desdén del que hace tiempo
su destino ha conocido.
Cada día
mi recorrida
al hospitales tristeza de cruzar
la plaza derruida.
He hecho mía esta desdicha
que supongo adivinar,
la muerte sigue su senda
sobria
mientras cada quien despierta
de cada muerte propia
y de cada muerte ajena.
4
Cursaba quinto semestre de medicina en la Universidad del Rosario, cuya facultad estaba en el Hospital de San José, a unos 2.500 metros al sur del Palacio de Justicia. Cuando nos aconsejaron irnos a casa porque el M-19 se había tomado el Palacio, tomé un taxi que hizo una larga vuelta de desvío por la carrera 30 para llevarme a mi apartamento, justo detrás de la Universidad Javeriana. Allí mastiqué la incertidumbre y el miedo del miércoles al domingo. Todavía recito en voz alta este poema por buscar algo de la confianza exterminada entre aquel 6 y 7 de noviembre de 1985.
Del palacio que sigue ardiendo (1985)
I
Aún es primavera en mi voz
y quisiera en lo alto cantar.
El 6 de noviembre mi rama quebró.
Cantaré en un alero de La Catedral
donde llegó el requemar
de dos noches.
Lleven esta voz, muchachos, donde
vayan como un cirio de este templo presencial,
caigan estos versos
como gotas de vela que quema al llorar.
Oye muchacho, oye muchacha, deben escuchar
los fastos del 5 y el 6 de noviembre
antes que fantasmas que solo mienten
los hagan mentir.
Sepan de gritos que allí,
al frente, morían y revivían entre llamas,
gritos apagados que han de resurgir
en otros gritos, en ustedes, en mí,
hasta que todos digan en la plaza:
«Lo del 5 y el 6 no repetirá».
«Lo del 5 y el 6 aclaró como el agua».
«Lo del 5 y el 6 no repetirá».
¿Qué otra cosa cantar?
El ave es del color de su canto.
Cantaré sin miedo, al fin y al cabo,
—¿no creen? —
tras los estruendos del 5 y el 6
una voz como la mía a nadie debe asustar.
II
Las voces se fueron quemando desde las doce del día.
Dos vigilantes, el administrador, fueron acallados
a fuego cerrado. En media hora el palacio caería.
De espanto callaron el Presidente, Ministros,
delegados.
Un juicio convocó el M-19 ese día
malhadado, con el Congreso al frente,
a doscientos metros al tiente, y en doscientos metros
más tenían
La Casa donde sabía el Presidente impotente
del palacio que ardería.
En los pisos del palacio
cada voz
se iba quemando.
En la plaza asegurada con fuego atronado
run tanque derribó la principal de las puertas
del palacio después de las dos. Un incendio brotó
desde la parte trasera, antes que se oyera
en Colombia la voz del doctor Echandía:
«Qué cese el fuego», pedía, mas también se
quemaría
su voz entrecortada.
El piso cuarto en que estaba se incendió a las cinco y
media,
los bajaron al tercero, baños, escalón, ¡un agujero!,
cualquier escudero buscaban en la tragedia.
En los baños y escalones
se iban quemando
las voces.
Día seis, anochecida.
Un cañonazo rompió la fachada y su fuego se adentró al palacio en
ardentía.
Los noticieros querían decirnos qué pasó,
pero pasaron futból, radio, televisión en cadena,
Millonarios y Unión Magdalena, cuando en palacio
el horror
gritaba su propia historia que repicaría en la memoria
hasta hoy,
pavor, pavor, pavor.
Gritos abrasados
en humo oscuro
escaparon,
otros impresos quedaron
en terco negro borrón,
en ruinas chamuscadas.
—28 horas— 100 almas quemadas
gimieron a un mismo clamor.
En las conciencias de entonces
se fueron quemando
todas aquellas voces.
III
Ahí están, muchachos, los escombros vacíos,
piedra sobre piedra el palacio removido.
¿Encontrarían lo perdido?
¡Cuánto se perdió en el calcinar!
Por las escaleras
yermas
dicen que hay voces que aún arden,
pero no es descifrable
lo que dicen.
Todos se han ido, pero aún no es tarde,
algún día se sabrá lo que piden
en el palacio, frente al templo, bajo el mustio cielo
donde por un tiempo no verán luceros
palpitar.
¡Muchachos, salgan de esta plaza ya!
Por el este.
Busquen el amanecer, tal vez les cuente
del día en que todos pronunciarán:
«Lo del 5 y el 6 no repetirá».
5
Se le atribuye a Borges: «En el tango se jugaba la valentía, por lo que cuando alguien sacaba el cuchillo había que actuar en consecuencia». Ese 22 de junio de 1986, siendo aún frescas las heridas de la Guerras por Las Malvinas, el gran gaucho sacó mano de lo mejor de su astucia para cantar mientras hacía gambetas, en tanto jugaba su bravura en una nueva batalla. Fue el día que mostró la mano que por siempre muchos querrán castigar.
De la mano del fútbol (1986)
Dieciséis años doblaron
para volverlos a ver con la maestría de Pelé
o Beckenbauer al mando
o Cubillas, muchachos
alegres tras cada pito,
saltando,
coreando
a gritos
lo que fue y no fue anotado.
En México debía ser
tras 1970,
otra camada de atletas
que no se volverán a ver.
1986,
fiesta,
era el año, la hora
del brillo de Maradona,
Lineker, Platini, Julio Cesar,
Ruggeri, Zubizarreta,
Buitragueño, Josimar,
aunque antes de la gran final
se definiera el mundial
por propia mano del fútbol,
de la magia, con lo bello de lo absurdo.
La mano
del gaucho. «De gaucho
les gano».
Fue antes de gambetear a medio grupo
y empujarla con el pie
para apuntarse el segundo.
La mano
que inició en el estadio Azteca
su propia sonata de piano.
Fue antes,
poco después de pitar el juez
la segunda parte, minuto seis.
La mano
que castigar
buscarán en vano.
A los creadores del fútbol,
en lo que tarda un paso de chamamé,
les anota con la mano el rey del mundo.
6
El recuerdo más antiguo que tengo es junto a mi madre que me animaba, tomándome de un brazo, a que subiera peldaños gigantescos de una escalera que conducía al segundo piso del Hospital Rosario Pumarejo de López de Valledupar, donde frecuente me llevaba porque nací sufriendo de los pulmones.
En 1989 allá fui designado médico rural. Entonces subí como sanador las mismas escaleras de mis primeros recuerdos, en un ambiente que anunciaba una guerra entre terribles guerreros.
Médico rural (1989)
A Germán Vargas Lobo
Improbable exigencia que hay que hacer probable:
Médico rural especialista,
obstetra afable,
internista,
oculista,
psicólogo insondable,
amigo de quien los amigos evitan,
víctima expiatoria de los que el odio invade,
que lleva en el maletín palabras buenas, no boticas,
en la receta esperanza a quien dejó la esperanza,
que vive el prodigio de atender nacimientos donde
nació un día
y el tremor de confirmar la muerte de quien lo quiso
en su casa.
Trasnochador,
amenazado,
madrugador,
asesinado,
viajero,
prisionero del hospital,
son muchos,
todos en uno,
Médico rural.
Frente al consultorio hay caminos cubiertos
de arenas y montes,
gentes con sus sueños maltrechos
que acunan al aire, bajo remedos de techo
a niños, niñas, mujeres y hombres.
Centro Rosita Dávila de Cuello,
a su frente hay otro pueblo
con penar que en mi consulta no esconde.
No son los más enfermos,
desde arriba, desde los cerros,
envían el peor azote,
secuestros,
extorsión, desasosiego,
una guerra se vislumbra entre terribles guerreros.
Una y otra vez a la puerta llaman.
¡Vamos a ver! ¡Arriba, a la camilla!
Ummm. La mirada cansada,
la piel en las costillas,
palpitares en manadas,
un abdomen que grita.
Ahora, su boca abra:
«¡Ah!». Ummm, tiene miles de palabras atascadas en gavilla.
Multiplica,
multiplica
tu experticia,
médico cabal,
regala
tu gran semblanza,
médico leal,
persiste,
persiste
que aún dicen que la gratitud existe,
Médico rural.
7
Recordar México llena mi pensamiento de chocolate amargo, de chile y de mole, de guirnaldas que espantan la tristeza hasta hacer departir a los pobladores con sus muertos. Pero domina mi recordación la época en que conocí la obra de Octavio Paz, cuando un accidente me incapacitó en una cama, pero postrado leí por primera vez sus textos que cambiaron mi manera de mirar y de escribir.
Fue doloroso extraviar los tres libros de Paz obsequiados por mi amiga, donde además guardaba buena parte de la poesía que iba escribiendo en esa época. Esos libros se quedaron en México. Lo que pude rescatar lo he recopilado en un apartado que nombro por Rimas del Valle del Anáhuac.
Rimas del Valle del Anáhuac (1994)
Para Arnoldo Kraus
I
Tú, que construiste sobre aguas
como construir poesía,
que los puentes de lugar cambiabas
como cambiar melodías,
tú, amante de olores y sabores penetrantes
propios de quien huye del letargo y el olvido,
que espantas las penas con guirnaldas vibrantes
para hacer convivir los difuntos con los vivos,
préstame tu Valle del Anáhuac, amigo,
para llorar mi propia noche triste
que empezó hace no sé cuánto, larga noche terrible,
déjame recitar con el eco de tu valle los versos
de un gran bardo que conocí en tu ciudad,
por quien me iré de estos sitios para siempre enfermo
de nostalgia y de silencio,
Octavio Paz.
Yo también huyo.
¿Hay alguien que no huya mientras viva?
La trampa, el ataque a traición aquí denuncio.
Una anciana que llaman muerte delató mi huida
y sus tambores lanzan contra mí serpientes.
Dame una canoa para escapar, hermano de suerte,
no tengo caballo, aliados, ni armadura,
me acojo a lo que diga Moctezuma
y lloro como Cortés por los amigos que se pierden.
Ahora me sentaré en esta roca a suspirar la amargura.
Créeme, no es posible acusar a esa mujer.
El rencor y el amor —que son lo mismo—
la legitiman. Todos la amamos, después la vendimos.
¿Qué otra cosa con ella podía suceder?
Se alían los nuestros contra nosotros en la ofensiva. ¿Cómo no odiarlos?
Y después,
¿cómo no perdonarlos?
Otra anciana llamada deslealtad
mandó a buscarnos,
vámonos en canoa mientras leo a Paz
bajo la Luna,
en líneas tan bellas cifrado debe estar
el lugar donde escondió su tesoro Moctezuma,
rememos la laguna
que por este libro nos pueden untar
aceite en los pies y ponerlos al fuego.
He sufrido mucho, noches eternas por aquella que amé
y a nadie le sirve que repita a Cuauhtémoc.
II
Escribe esto que recito, no importa si en mexica,
olmeca o maya,
en calendario de 18 meses
contemos la espera de mi esperanza,
hagamos muchas chinampas,
rellenemos el lago de flores y verduras.
Va a querer un hogar en su venida futura.
Sí, tal vez, con muchas flores y verduras
y para que no vuelva a alejarse, quisiera que tuviera
menos aguas.
Mientras regresa, contemplemos los sampanes,
reprochemos como el Náhuatl
que destella en tus volcanes:
Aquí me pongo a llorar,
me pongo triste.
Soy solo un cantor,
vean, amigos míos.
En el Valle del Anáhuac también soy sentenciado por cantor.
Solitario con mis rimas de tristezas,
mis amigos tampoco atienden mi clamor.
8
Llegué a la poesía intentando comprender la condición humana y por la misma razón luego a la música, a la medicina, a la literatura. Era claro que la poesía podía contar mucho más de lo que las personas decían de sí mismas, en especial sobre ese triste y devastador impulso que las lleva a encontrar alegría asesinando algo en alguien que se percibe superior.
De mi maestro Juan Mendoza Vega supe a principio de los años ochenta que envidia, deidad esclarecida por los griegos como hombre —Phlohnos—, se vistió de mujer en época de los romanos, simbolizando también la impostura, el engaño, la hipocresía. Desde los años ochenta deseaba escribir sobre esto, pero sólo pude hacerlo en 2005, casi veintidós años después.
Envidia (2005)
A mi querido Alfonso De La Espriella
No te puedes esconder,
envidia, los griegos sabían que eres hombre,
Phlohnos, ¡Quítate ese traje de mujer!
Te pone triste todo laurel mío, no merezco tanto,
no soy Shakespeare, a quien quisiste envilecer.
¿Te sedujo el conde de Oxford, que le atribuyes sus
cantos?¿Qué te duele de mí que te acerca hasta el llanto?
¡Y quítate ese traje de mujer!
¿Quién te infligió esa pena de derrota vasta
como el que asesina joven y no puede parar?
Me apena esa angustia que te corroe y te gasta.
Te entristece conocer
que mi verso se cante,
no merezco tal agasajada.
No soy Neruda, a quien trataste
de torcer.
¿Tuviste un affaire
con Tagore, a quien concedes parte
de Veinte poemas de amor y una canción desesperada?
Conmigo no tendrás affaire,
ni tendrás nada.
¡De una vez por todas, quítate ese traje de mujer!
Quieres que te tomen por profesor de cultura,
tu cultura te tacha de pecado capital.
A causa de tu amargura
más de las veces
transitas el mal.
Renegaste de la ira
porque Alfonso de la Espriella defendió El quinto aire.
Al morir tu lucecilla
un quejido lloriqueaste.
Es la tristeza en que reinas,
pero has ganado tu mentira,
Phlohnos,
una congoja más no te daría,
¡eres Reina!
Phlohnos,
toma, recoge tu falsía,
¡eres Reina!
Alfonso me envió su libro, por cierto,
donde elogia mi laúd,
pero cita una habanera del siglo XIX que te daría
desconsuelo,
pues atribuye a otra en uno de sus versos,
La Reina eres tú.
Te pones triste si nombran mis libros,
no merezco tal solemnidad.
No soy García Márquez
a quien trataste
de ensuciar.
¿Deseaste a Balzac a quien has atribuido
Cien años de soledad?
¡Ponte tu traje de mujer y vete a un rincón a llorar!
Conoces tres Premios Nobel, deberías
conocer otro.
No sabes de Bob Dylan
porque tu oído es sordo
a liras como Bob repica.
Te transcribo su canto, ojalá algo entiendas
de su escribir,
Jolene, Jolene,
yo soy El Rey, muñeca, y tú eres La Reina.
No sólo contra mí asestas tu fierro,
odias a Dante que te dio por castigo
cerrar tus ojos con hilos de hierro.
Estéril, buscas a tientas
a quien quitarle
su luz.
¿Qué pregunta es esa la que ahora nos haces?
¿De quién es La Reina?
La Reina eres tú.
9
El amor como la vida son trágicos, algún día acabarán, pero es el amor y no la muerte lo que da sentido a la vida. Cuando se deja de amar, allí logra su triunfo la muerte. Por eso hay que intentar contradecir la muerte temprana de los buenos amores.
Eso intenté, muy enfermo por el propio amor, frente a las playas de Bocagrande, tratando de hacer remontar estos versos sobre las olas que pueden llegar hasta las costas del departamento de Córdoba.
Enfermo de tu amor (2012)
Enfermo esperaré en el viento helado,
parecen más circunspectos
y creíbles los barcos del invierno
que los barcos del verano.
Enfermo de tu amor canto
y no quiero curarme por cantarte más,
consagro
tu recuerdo
en este esperar.
Te enamoró mi canto, te volvería a conquistar.
El filo de mi herida
ha roto mi atadura y ahora he vuelto a trovar
lo no trovado en días
porque eres amor difícil de cantar.
Ojos muy tristes por la culpa mía,
no me pasa un día
sin irte a buscar
por entre las calles donde tu presencia dejó todo
inmortal.
Llevo por el mundo estas letras que hincan,
las flores de tu amar,
las únicas que al paso del tiempo se avivan
de quererte más.
¿Cuándo he de olvidarte? La gente comenta
que ya no vuelves más.
Olvidaré cuando las piedras se conviertan
en este sollozar.
Mirar tan triste, respóndeme algo,
respóndeme callado, como un resplandor,
a este hombre que toda pena ha dominado menos a tu adiós:
¿No te parece que hay muchas
ganas de llorar
al ver llorar la lluvia?
¿No te parece que hay rabia intensa
en el río empujado
por la tormenta?
¿No te parece que las mismas voces
cantan desde siglos
en todas las canciones?
¿No te parece que estamos
cuando se cansa la tarde
también muy cansados?
¿No crees que los relojes
hablan entre sí
y fingen que no oyen?
¿No crees que hay algo de despojo violento
en la espuma
hija del mar y de los vientos?
He bebido un poco y es tarde.
Tal vez deba vaciar al piso el resto de botellas
y hacer que en una vaya mi mensaje
navegando a ella.
10
En 2006, cuando por la mente de nadie cruzaba la certeza de un proceso de paz en Colombia, Gerald Martin, que andaba en Cartagena terminando su biografía sobre Gabo, leyó mis manuscritos Victoria del Fierro y las palabras golondrinas, una novela que permanece inédita. Luego me regaló por escrito una alucinante crítica, que aún conservo, donde decía: «Es lo mejor que he leído en los últimos tiempos».
Cuando me repitió eso mismo en la Plaza de San Diego tomando una cerveza me advirtió: «No será fácil que te la publiquen». Lo asocié con la dificultad propia de la paz colombiana. En 2019, tras la firma del proceso con las FARC, intenté saber más sobre las palabras de Gerald y recobrar algo de mi propia Pazzz.
Pazzz (2019)
Paz, no por ironía
te llamaré Victoria,
es por ser mujer y eterna tu agonía.
Porque eres ilusión,
porque siendo blanca todo lo coloreas.
Paz, Pazz, Pazzz se dice con pasión.
Pazzz, Pazz, Paz se diluye en verborrea.
Victoria. Paz. Ilusión.
Todo lo coloreas,¡danos un buen color!
Victoria es Paz, no tonta.
Le increpan: «Victoria, usted que es un ave,
piense que muchos pueden negarse
a firmar,
a entrar
en la jaula para que sus polluelos no sean esclavos de nadie».
Replica: «Yo no busco la esclavitud, no tengo otro naipe.
Quiero la paz, pero no una mala paz,
peor que los combates».
Responden: «¿Quiere que se acabe la guerra?
Entonces haga que nuestros muertos
caminen acá de vuelta».
Alega: «Eso me señala
que lo único que usted acepta
sería la venganza».
Victoria, dicen que sólo se camina
a través de uno mismo.
Esas palabras de Paz, Pazz, Pazzz, querida,
deben estar adentro, en nuestros abismos,
para que después puedan ser dichas.
Paz, Pazz, Pazzz, las palabras que regresan
por montones pueden ser peligrosas,
pero más vale un ambiente de palabras frondosas
a uno sin ellas.
Victoria, la Paz, Pazz, Pazzz es otra lucha, más larga
que la contienda.
Se necesitan varios para hacer la Paz, Pazz, Pazzz
y solamente uno para que empiece la guerra.
PUBLICACIÓN ORIGINAL: https://www.semana.com/cultura/articulo/diez-poemas-para-volver-a-vivir-o-seguir-viviendo-con-valentia/202050/
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