Poema 20 | Bogotá vino por mí | Hernán Urbina Joiro (1983)
En enero de 1983 reinicié mi vida en Bogotá. Digo reinicié porque desde 1975, a los 10 años, tuvimos un encuentro que será imborrable. Pero Bogotá pareció buscarme en las primeras lecturas de Lewis Carroll, Dickens y Brontë, puesto que sus casas victorianas de Chapinero, donde viví, desde esas páginas se colaron en mí, al final de la primaria. Sigo sosteniendo que Bogotá fue por mí, al propio aeropuerto de Valledupar.
Bogotá fue por mí
I
Atrás el pueblo, la infancia, como desandando
el más grande temor.
Pasa la muerte
de todo,
nace el vacío
de todo,
la brisa despacio
resoplando adiós.
Lejos los cerros,
azules de sueños,
por dentro sonidos del pueblo se van
postreros.
¿Para que insistir,
volver a mirar, como sacudir
en vano la tristeza
reseca
de tanto despedir?
¡Ahí está!
El ave temida,
el impulso final.
II
Tras ocho años cumplidos hasta allá me buscó.
Comprendí en el avión, no antes mientras andaba
la plataforma incendiada en medio del tremor
—mi madre disparaba—:
«No vaya a botar,
decía, las bolsas y la maleta,
no puede caminar
sólo por ningún lado,
en la caja están los mangos,
el queso con las arepas
y se me abriga al llegar».
Al subir la escalinata
la hermosísima cachaca
me recibió.
Había dos o tres, a lo mejor,
vestidas de rojo y ruanas.
Supe que el frío de sabana
de hacía ocho años atrás
por mi ropa se filtraba,
que adentro calma y sentada
me esperaba Bogotá.
Mujeres de abrigo largo,
hombres de vestido entero.
Era real.
Sin salir del aeropuerto,
Bogotá,
tras ochos años enteros,
fue por mí a Valledupar.
Las mismas nubes, las neblinas de su cielo
por las ventanas corrieron. Al llegar se distinguen
los taxis negros que aún siguen y la luz amarilla en pleno
que continúa alumbrando el llover eterno
que en Bogotá contradice
que toda lágrima es triste. Sentí contento al tornar
donde se suele olvidar que hay vientos y hay que ceñirse
con vela de barco al irse rodando por la ciudad.
No sólo es el diluviar, aguas siempre de regreso,
el curso de los sucesos
impone a todos acá,
a dos mil seiscientos metros,
que se aprenda a navegar.
¡Sorpresa! ¡Una avenida de palmas! ¡Sin playas!
Filas de casas altas
en ladrillos rojos que me temo recordar.
Nos saluda Josefina, dueña de casa,
nos hace entrar,
escaleras de madera, tres pisos, torreón, grandes ventanas
que vi desde mi infancia en la casa de la granja
donde Heathcliff vivía,
Cumbres Borrascosas se llamaba la alquería.
Además se parecía
a la casa donde Alicia
vio al conejo pasar
y la hizo resbalar
al hoyo de maravillas,
pero también
parecida
a la casa donde Scrooge
vivió en la sombra y la luz
Un Cuento de Navidad.
Sorprendente. En dos horas transitar,
sin que nada te atolondre,
Valledupar,
Bogotá y Londres.
III
Ahí está la ciudad, ave imponente con siglos a cuesta,
aliabierta
custodia con celar de sus ojos
el murmullo de todo,
las inmensidades nuevas.
A oriente, cerros azules también sueñan.
Al frente, el inicio de todo,
todo para después desandar.
Ahí está
la ciudad despierta,
ave terrible que espera
que dé mi impulso inicial.
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