Escritor y poeta colombiano. Sitio oficial.

«NECESITABAN RESULTADOS, COMO SEA, Y POR ESO ESTOY AQUÍ»: PAOLA MALDONADO

La pasmosa historia de una joven madre, cabeza de familia, condenada a 18 años tras un controversial proceso en el que ya se han retractado sus tres acusadoras centrales, pero aún continúa tras las rejas. Pese a ser informada de que era de nuevo señalada por Paola Maldonado en un medio de comunicación, la Fundación Renacer se excusó de participar en esta entrevista, argumentando, nuevamente, no ser contraparte en esta causa. Las enormes y muy preocupantes dudas que deja la versión de Paola Maldonado invitan a una profunda y vigilante revisión de este caso, que cursa su última instancia en la Corte Suprema de Justicia de Colombia.

HERNÁN URBINA JOIRO

Ese amanecer del 30 de octubre de 2011 era como la continuidad de la alegría de la víspera cuando se confirmó, una vez más, que el candidato de su simpatía a la Alcaldía de Cartagena iba muy adelante en las encuestas. La de ese 30 de octubre fue una mañana que embulló a Paola Maldonado con esperanzas de otro trabajo, de un futuro mejor. Siempre había votado en los comicios electorales desde que cumplió la mayoría de edad, pero esta era la primera vez que tenía total seguridad de ganar con su voto. Mientras se vestía en su casa para ir a sufragar, recordó que luego debía ir a otro punto de votación para acompañar en la auditoría del conteo de votos después de las cuatro de la tarde.

Su hijo de 2 años quería acompañarla a votar, pese a las explicaciones de Paola de que estaba prohibido y de su promesa de llevarlo a pasear en cuanto regresara. Paola logró salir de la casa en compañía de una cuñada justo cuando su madre de crianza tomó al pequeño entre los brazos, pero el niño logró soltarse y llegar hasta la reja asegurada e hizo retumbar la calle sacudiendo los barrotes con sus pequeñas manos en medio de gritos y de llanto, llamando a su mamá. Ese sonido se fue diluyendo en la cabeza de Paola mientras se alejaba, pensando en el apego que le tenía su pequeño hijo y estuvo segura de volverlo a alegrar de regreso, cuando revisaran los disfraces comprados para el día de Halloween que festejarían al día siguiente. Le había comprado al niño un disfraz de pato y a su niña uno de hada madrina.

Por ese tiempo Paola trabajaba en la organización de reuniones y eventos, cuando no se dedicaba a hacer postres que vendía en las clínicas, hospitales o entre sus vecinos y conocidos. Con eso ayudaba a levantar a sus hijos, que vivían con sus tías y su mamá de crianza, pero ante todo le gustaba la venta de postres porque así podía tener más cerca a sus niños, por más tiempo. La idea fue de la misma Paola, que acariciaba desde hacía años el sueño de tener una microempresa familiar.

«Esa mañana del 30 de octubre
estaba segura de que su vida
iba a cambiar radicalmente»

«¿Qué hacemos aquí sentadas las cuatro? Vamos a hacer postres y a vender», les dijo Paola a sus tías y así arrancaron con el negocio desde la casa.

Atrás habían quedado las jornadas en comedores y hospedajes o vendiendo frutas, empanadas o agua en el estadio o la playa o ayudando a colorear caricaturas, como cuenta Paola que hizo alrededor del año de 2001, ayudando a un reconocido caricaturista chileno, cuya esposa era muy cercana a su madre fallecida. Frente a la posibilidad de un nuevo panorama laboral en 2011, tras las nuevas elecciones en Cartagena, tenía en sus manos que ya había terminado estudios de Administración hotelera y turística, aunque no pudo titularse por falta de dinero para ir al viaje de graduación en la ciudad de Cali. Pero nunca dejó de hacer cursos y buscar trabajos relacionados con sus estudios, aunque ya estaba cansada de estar lejos de sus hijos por trabajar, incluso a deshoras, en restaurantes y hoteles por cerca de 10 años. Esa mañana del 30 de octubre de 2011 sintió que su vida iba a cambiar radicalmente.

Paola ingresó a votar poco antes de las 9 de la mañana del 30 de octubre de 2011 en el Colegio Ciudad de Sincelejo, al oriente de la ciudad de Cartagena. Tras colocar su huella en el detector digital, llegó ante los miembros de la mesa de votación, colocó la equis sobre la foto de su candidato y sumergió el tarjetón doblado en la urna. Cuando se dio vuelta para salir y levantó la cabeza, se tropezó con dos agentes de la policía que le preguntaron su nombre. Luego de responder, oyó que tenía orden de captura. «¿Cómo? ¿Por qué? Debe ser una equivocación», les dijo. «¿Eres tú Paola Maldonado? Muéstranos tu cédula», le dijeron. Con documento en mano los policías le mostraron que su nombre era el mismo que estaba impreso en la orden policial.

«Tienes orden de captura por proxenetismo y pornografía», le indicaron. Paola recuerda que esa mañana comprendía bien el significado de la palabra pornografía pero no el de la expresión proxenetismo. «Qué es eso», le preguntó a los policías. «Es inducción a la prostitución», oyó. «Te estás equivocando», fue su respuesta airada al agente de policía. «Acompáñenos», le indicaron. «Sí. Es que yo los voy a acompañar, y ayudar en todo lo que pueda, porque están equivocados», les dijo Paola.

Ahí mismo, de pie, le leyeron sus derechos. Paola dice que el ambiente se le oscureció. Que sintió como nunca antes un miedo descomunal. Se sintió confundida. Pensó en sus hijos. En la mayor de 7 años y en el menor de 2 años. Le dijeron que debía buscar un abogado. «Buscar un abogado…», se dijo a sí misma.

«El sonido de las rejas batidas por su
hijo de 2 años que gritaba su nombre
empapado en lágrimas todavía la persigue»

Se preguntó que cómo iba a buscar un abogado por primera vez en su vida, a sus 31 años de edad. Luego del pánico vinieron las lágrimas y la desesperación. Paola dice que los mismos policías que la detuvieron también comprendieron su inocencia y empezaron a consolarla, a explicarle que aquello era una cuestión de trámite y la animaron a aclarar la situación.

Entonces se dio ánimo. «Es una equivocación y me van a soltar», se repetía Paola una y otra vez en su cabeza, sin dejar de pensar en sus hijos. Los policías le concedieron una llamada telefónica y ella la hizo a su ex marido, al padre de sus dos hijos, que estupefacto no entendía aquella situación. Cuando comprendió que la iban a llevar a una audiencia de legalización de captura, su ex esposo le dijo que le conseguiría un abogado. Desde ese momento el ex esposo y la familia de Paola empezaron a reunir, entre parientes y amigos, un millón de pesos para pagarle a un defensor. Su mamá y su papá de crianza, sus tres hermanos y su ex esposo fueron su única compañía en la audiencia. Paola observaba que ese día de elecciones todos llegaban detenidos y poco después se iban. A las 11:00 de la noche, cansada de tanto llorar, resignó recostarse en una banca de madera donde pasó la noche sin dormir y sin dejar de pensar en sus hijos.

Al día siguiente se hizo la audiencia de legalización de captura. Entonces Paola supo en realidad de qué se le acusaba y quienes le acusaban. Escuchó el relato en el que presuntamente tres menores habían denunciado ante la Fundación Renacer que alguien, que siempre llamaron como «mi amiga Paola», las llevaba donde el señor Alberto Vivanco, que las desnudaba, les tomaba fotos y les daba veinte mil pesos. Seguidamente escuchó el relato de que otra niña presuntamente habría dicho que «su compañerita» también la llevaba con «mi amiga» a donde el señor Alberto Vivanco. Paola todavía resalta con grima que sus presuntas acusadoras nunca se refirieron en el proceso a «Paola Maldonado». Sólo hablaban de «mi amiga Paola». Mientras escuchaba el relato de sus acusadores, ella sintió ser otra persona, se extravió al lado de sus acompañantes. «¿Por qué estoy aquí, Dios mío? Hay miles de Paolas. ¿Por qué yo?», se preguntaba con angustia en sus adentros.

Poco a poco en la audiencia le fue llegando algo de luz. Alberto Vivanco fue el caricaturista de origen chileno a quien ella le había ayudado a colorear sus trabajos hacía cerca de diez años atrás, e incluso le ayudó en ese tiempo a repartirlos en los diarios donde se publicaban. «Conocí a Alberto Vivanco porque fue esposo de una gran amiga de mi mamá fallecida. Vivanco y la señora tenían 5 hijas pequeñas y nunca le vi ningún comportamiento extraño. Yo no podía creer esas acusaciones sobre ese señor. El señor Vivanco traía los trabajos, nosotros los terminábamos y entonces él los entregaba. Él tenía una especie de estudio para hacer sus caricaturas en el barrio Chiquinquirá. Eso fue hace unos 10 años antes de ese momento de la captura, cuando no había empezado estudios de Hotelería y Turismo. A veces mandaba trabajos para que yo los distribuyera.

»Una vez me llamó para decirme que tenía problemas porque insinuaban que traficaba con drogas. Yo le aconsejé que contactara al DAS (Departamento Administrativo de Seguridad de Colombia) porque eso era imposible en una persona correcta como él. Nunca dijo nada relacionado con menores de edad», dice Paola, que además cuenta que el caricaturista, conocido de su familia, se había ido de Colombia alrededor del año de 2005 a trabajar desde Maracaibo y que regresó a Cartagena entre los años 2009 o 2010, porque la moneda venezolana, el bolívar, estaba decayendo y necesitaba conseguir algo de trabajo en Colombia. Relata Paola que en ese tiempo el caricaturista sólo les dejaba su trabajo para repartirlo porque por entonces la coloración ya se hacía por computadora. «Hacía trabajos para tres meses y los entregaba en sus sobres con la plata para el envío. A veces me pagaba, pero lo ayudábamos siempre porque no era una mala persona y era conocido. Poco después, desapareció por completo», dice Paola.

Paola recalca que los hechos que le imputaron en aquella audiencia del 31 de octubre de 2011 sucedieron presuntamente en un apartamento en el barrio Chiquinquirá en el año 2010. «Yo vivía en El Olaya. No tenía tiempo para ayudarle a Vivanco con el envío de sus paquetes. Yo entraba a mi trabajo en el restaurante a las 3:00 pm. A las 2:55 pm yo cogía una moto directo al centro de Cartagena. Yo nunca vi niñas en las veces que fui a ese apartamento a recoger los paquetes. No hay un video o foto en el proceso que pueda insinuar siquiera eso. Eso lo decía una supuesta declaración de las menores y unos supuestos investigadores que iban contra mi palabra», explica Paola.

La audiencia de legalización de su captura duró cerca de 5 horas. Su mamá y su papá de crianza, sus tres hermanos y su ex esposo fueron sus únicos testigos. Paola dice que los investigadores se contradecían en las fechas y las circunstancias, que fue una audiencia absurda. Dice que allí mostraron un supuesto reconocimiento de fotos que hicieron con las menores implicadas. Finalmente le dictaron medida de aseguramiento intramural en la cárcel de mujeres de San Diego en Cartagena. Tras oír la medida entró en pánico otra vez. Pensó que sería torturada, violada y asesinada. «La cárcel fue para toda mi familia, para mi madre, para mi padre, para mis hermanos, para mis hijos, para el padre de mis hijos y para mis amigos», dice Paola.

«La cárcel fue para mí pero también
para mi madre, para mi padre, mis hijos,
el padre de mi hijos y para mis amigos»

«Dos guardias me llevaron a la cárcel de San Diego. Ellos por el camino trataban de calmar a mi familia desesperada, diciéndoles que no me pasaría nada malo. Yo iba por el camino como sonámbula. Llegué a las 10:30 de esa noche del 31 de octubre. Avanzaba como en el aire. Aquello no parecía real. Al interior de la cárcel veía en cada rostro un peligro, una amenaza. Iba con mucho miedo», recuerda Paola. Con los ruidos por su entrada al pabellón, empezaron a gritarle unas sesenta internas desde las rejas, a lado y lado: «¡Llegó una nueva! ¡Una nueva! ¡Échamela pá acá! ¡Eso es mío!». Paola recuerda que alcanzó a suplicar desde su alma anegada en lágrimas: «¡Dios mío, me van a matar! ¡Dios mío, esto qué es! ¡Dame fuerzas!».

En la celda 4 encontró a otras ocho reclusas. Llegó sólo con la ropa puesta que su madre de crianza le llevó a la audiencia de captura. Antes de marcharse, la guardiana le pidió al resto de reclusas de la celda 4 que ayudaran a la nueva interna. «Buenas noches», les dijo Paola y nadie contestó. Después de varios segundos de permanecer de pie, una interna le acercó una silla donde estuvo sentada por varias horas llorando en silencio mientras algunas miraban desde sus pequeñas camas los programas televisivos. Cuando apagaron el televisor, el recinto se quedó apenas esclarecido con la luz mortecina de un sólo bombillo. Paola dice que sólo podía ver tras las rejas superiores del cuarto la luz de otras celdas de la cárcel de mujeres de San Diego. No había nada más para ver. En la madrugada del 1 de noviembre una de las internas le dijo: «¿Todavía estás ahí?». Entonces haló una colchoneta que tenía debajo de su camita y le dijo: «Sí quieres, tírate ahí». «Gracias, se lo agradezco»», fue la respuesta de Paola. No durmió un segundo. Paola tenía demasiado pavor, demasiadas ganas de llorar, demasiadas imágenes de sus hijos en la cabeza que le impedían dormir.

Al amanecer, las reclusas de la celda se le quedaron mirando. Parecían menos hostiles que en la noche anterior. Finalmente una le dijo: «Aquí a las nuevas les toca barrer y trapear, aquí y allá fuera. Si no quieres hacerlo, ¡págalo!». Paola tenía unos 15 mil pesos en un bolsillo trasero de su blue jean. «Yo no sé si me alcanza», les dijo. «Aquí se cobra, tres mil y tres mil», le dijo una reclusa señalando la celda y luego el pabellón. «Bueno, sí me alcanza, sí me alcanza», les dijo Paola temblorosa, con la esperanza de no salir de la celda por miedo, pero a los pocos minutos la sacaron para hacer el conteo diario que se hace a las seis de la mañana.

Algunas reclusas se le acercaron a peguntarle por qué estaba allí. «Sí quieras cuenta, si no, no cuentes», le dijo una con tono suave y allí empezó a tener confianza en el grupo. Empezó a contarles su historia a algunas de las compañeras de celda. «Échate los cargos para que te vaya mejor», le aconsejaron algunas.

aviso1

(Foto Humanidad Ahora)

Pero a las seis de la mañana de ese día, a la misma hora del conteo de presas, la familia de Paola, sin sus dos pequeños hijos, estaba en la cárcel preguntando por ella. Más tarde entraron y la abrazaron, todos llorando. Ese primero de noviembre en la tarde hicieron una fiesta de Halloween con los niños de las reclusas y su familia. El sonido de las rejas con los niños que entraban gritando la palabra mamá, la revolcó con el recuerdo de su hijo que hizo retumbar dos días atrás la calle de su casa, sacudiendo los barrotes con sus pequeñas manos en medio de gritos y de llanto llamando a Paola. A sus hijos les dijeron que a Paola le había salido un trabajo lejos de Cartagena y que por eso tuvo que viajar. Paola no quería que ellos supieran nada porque estaba segura de que iba a salir de un momento a otro de aquel sitio, que se iba a saber que todo aquello era sólo una terrible confusión. Pero no los vería sino hasta Navidad. En la primera Navidad en la cárcel.

Paola dice que poco a poco se fue desarropando del pavor pero que la empezó a dominar una irreductible rabia por aquella vivencia de injusticia, que se le parecía tanto a la injusta muerte de su madre; rabia inmensa además porque sus hijos sintieran el mismo desgarramiento que ella sufrió a sus 8 años, porque a ellos también les estaban quitando a su madre. Después de superar años atrás los más amargos recuerdos, para esta entrevista Paola volvió a rememorar el 25 de diciembre de 1989. Su padre y su madre tenían problemas de pareja. «Esa Navidad mi mamá quiso pasarla con nosotros donde una tía. Mi papá y mi mamá discutieron a las 9 de la noche en la calle cuando mi mamá iba con nosotros para donde mi tía. Luego él se fue y nosotros seguimos para donde mi tía Miriam. Fue una cena alegre y deliciosa. El esposo de mi tía era un chef reconocido y esa noche tenía además el encargo de hacer una cena especial para entregarla al día siguiente. La estaba haciendo en su casa, en la casa de mi tía. Como a las tres de la mañana se apareció mi papá en la casa de mi tía Miriam. Mi tía le dijo: «No molestes a Amparo que ella ya está tranquila. Mañana hablan». «No, Miriam, yo no vengo a pelear», le dijo mi padre.

«Mi mamá se había acostado en una cama en el cuarto de mis primos. Mi padre se sentó en un banquito, al lado de la cama de ella. En ese instante yo me paré y le pedí a mi mamá que me diera agua. Mi mamá lo mandó a él a traerme agua. Cuando fue a la cocina a buscarme el agua, mi papá tomó un cuchillo con los que mi tío preparaba la cena navideña que entregaría al día siguiente. Yo empecé a beber el agua y vi cuando mi papá le enterró el cuchillo en el pecho a mi madre y lo removió como haciendo un círculo. Mi mamá no dijo nada se quedó en silencio, como yo. Yo no pude apartarme de eso por mucho tiempo. Mi vida se quedó ahí hasta que la psicóloga me ayudó»

«Vi cuando mi padre le enterró el cuchillo a mi madre en
el pecho y lo movía como haciendo un círculo.
Mi madre no dijo nada. Se quedó en silencio, como yo»

Paola se quedó viviendo con la tía Miriam, que ahora es su madre. Miriam tenía cuatro hijos y adoptó los otros cuatro de su hermana muerta. Paola empezó a trabajar desde los 9 años para ayudar en su nueva casa de 8 hermanos y sus tíos. Vendía naranjas y agua en los estadios. Empanadas y pasteles en la playa. Pero al tiempo logró ser muy buena alumna en la escuela pública de bachillerato. Se le medía a todo buen oficio donde se sentía capaz de rendir. Dice que cursaba décimo grado cuando empezó a trabajar coloreando dibujos con el caricaturista amigo de su familia, que por entonces vivía con su esposa en un apartamento en el barrio La Concepción. El dibujante le pagada 5.000 pesos colombianos por cada revista coloreada. Esa era la plata de la merienda de Paola. Todo lo ganado en otros trabajos era para sostener la casa con 8 hermanos de crianza. Cuando acabó el bachillerato se dedicó a trabajar en eventos con su mamá y su papá de crianza y a estudiar Administración Hotelera y Turística en el Centro de Idiomas y Turismo de Cartagena (CITUCAR). En el año de 1998 terminó por adelantado los estudios, pero no pudo titularse porque no pudo costear el viaje de graduación en Cali. Paola se quedó en Cartagena haciendo más cursos, talleres, trabajando en hoteles y restaurantes.

Después del 31 de octubre de 2011, en la cárcel la atormentaba, especialmente, una y otra vez, el sonido de las rejas mezclado con las voces de los niños que llamaban a su mamá. «Prefería quedarme sola y llorando en la celda para no ver llorar a los niños al despedirse cuando sonaba el pito que anunciaba el fin de las visitas», dice Paola. A Paola la consolaba la visita segura, cada día, de su mamá Miriam que le llevó el almuerzo todos los días, pero siempre llorando. «Nunca fue sin llanto», recuerda Paola. Su otro tormento era de noche, por las pesadillas recurrentes con sus hijos solos en la oscuridad pidiendo que les prendieran la luz. «Ellos conmigo siempre dormían con una luz encendida», cuenta Paola.

A los 15 días de estar en prisión surgió una esperanza para Paola. Se le anunció que habría un reconocimiento en fila donde las niñas acusadoras señalarían a la persona que las llevó donde el presunto corruptor. Siete reclusas posarían en diferente orden, bajo diferentes números sobre sus cabezas. Al reconocimiento se presentaron sólo dos de las tres niñas presuntamente acusadoras. Paola dice que ninguna de las dos jóvenes la reconoció en ninguna de las posiciones ni bajo de ninguno de los números. «Una siempre se equivocó de persona y la otra dijo que no veía a su ‘Amiga Paola’ en la fila». Por fin tuvo una auténtica alegría. «Paola, esto significa que, si no hubo reconocimiento, te tienen que soltar», le dijo su abogado. Paola baja su cabeza y cambia su semblante al seguir recordando ese episodio. «La justicia es bastante macabra, doctor, y eso lo puede colocar en esta entrevista», dice Paola. Y agrega: «Se valieron de una jugada para desvirtuar aquella prueba. Dijeron que las dos muchachas no pudieron hacer el reconocimiento porque estaban amenazadas por mi familia y las niñas las tenía la Fundación Renacer en ese momento».

Paola empezó a coser en la cárcel para ayudar a pagar el abogado. Hacía bolsos de piedra, forro de celulares, arreglaba ropa. Ella se hizo a la idea de que sólo estaba en un nuevo trabajo y desde entonces los días se le volvieron mucho más llevaderos. Su familia vendía los trabajos que ella elaboraba en la cárcel. El miedo y la frustración bajaron mucho más ante la expectativa del juicio que se acercaba. Mientras, fue ganándose el respeto de todas las reclusas del penal que le pedían consejos y más tarde la llevarían a ser su representante ante las directivas del penal y la defensora de sus derechos humanos.

manos3

(Foto Humanidad Ahora)

El juicio fue el 13 de marzo de 2013 en el Cuartel del Fijo. «La Fiscalía tenía 17 testigos, pero aquello fue un absurdo», dice Paola. «La gente venía como testigo en mi contra desde el centro del país. La Fiscalía les hacía preguntas y ellos no sabían qué responder», dice Paola. «Tome las hojas y refresque la memoria», dice Paola que le pedía la Fiscalía a los testigos. Paola dice que hubo una testigo en su contra, muy anciana, que llegó arrastrando una caminadora de metal, que otros eran jóvenes de la Fundación Renacer, que otros eran médicos de Medicina Legal, pero que a ninguno se le veía seguridad en lo que iban a hacer. «Iban leyendo lo que les tocaba y luego iban diciendo algunas cosas que leían. Lo que estaban haciendo era aterrador», cuenta Paola. «Mi mamá, mis hermanos y mi ex esposo eran mis únicos testigos, los que saben quién soy yo», insiste Paola. Ella no aceptó los cargos y anunció que nunca los aceptaría. Dice que con las mismas pruebas del 31 de octubre de 2011 la condenaron el 13 de marzo de 2013 a 18 años de prisión intramural. «Me condenó una juez que había sido Fiscal de menores, amiga de la Fiscal que me acusaba», afirma Paola. «Doctora, usted sabe que soy inocente. Yo no tengo amistades niñas. Es más, no tengo tiempo para tener amistades, ¡yo trabajo mucho!», dice Paola que le expresó ese día a la Fiscal.

Tras oír el fallo, dice Paola que se desmoronó en la más profunda soledad que hasta entonces había experimentado. Dice que su madre hizo retumbar el Cuartel del Fijo con su llanto; y que gritó que su hija era inocente, tal como hizo su hijo el 31 de octubre de 2011 porque no le dejaban acompañarla a ir a votar. «Mi hija es inocente, mi hija es inocente», tronó su madre Mirian en el Cuartel del Fijo. Paola volvió a su celda pensando en la estampa de sus hijos, pidiendo que les prendieran la luz. Dejó de coser. Sintió que debía cambiar de abogado, al que había que pagarle 10 millones de pesos.

Paola tomó aliento y pidió denunciar al caricaturista chileno que no aparecía por ningún lado para aclarar aquella situación. Logró que emitieran una circular roja de Interpol y el chileno Alberto Vivanco fue detenido en un aeropuerto de Venezuela. Paola dice que ahora tienen el testimonio de que las autoridades venezolanas pidieron el proceso de Vivanco en Colombia y que le dijeron que no había ninguna causa contra él. ¿Entonces, por qué contra mí y no contra él?», preguntó Paola. El caricaturista fue dejado libre, además por tener más de setenta años. ¿Por qué contra mí y no contra él?, Porque necesitaban resultados, como sea, y por eso estoy aquí, responde Paola misma.

Para el 13 de diciembre del 2014 quedó fijada la sentencia de revisión de su caso en el Tribunal Superior de Cartagena. A Paola la animaba que ya no participaban directamente la Jueza y la Fiscal que la condenaron en 2013 y su nuevo abogado la animó con un caso similar que le serviría para demostrar su inocencia. Pero Paola perdió toda fe en la justicia cuando oyó que la volvieron a condenar con las mismas pruebas de 2011 y casi con las mismas palabras. Se sumió de nuevo en la tristeza, en el peor momento porque debía acelerar su trabajo en la cárcel para ayudar a pagar por cuotas la cuenta de 25.000.000 millones que ya tenía con su abogado y que acordó cumplir a plazos.

Pero nuevamente se levantó. Decidió recabar pruebas por ella misma con la ayuda de su familia. Quería demostrar a sus hijos y a todos que era inocente. «Necesito encontrar a las personas que me tienen aquí», fue su decisión. Al domingo siguiente le pidió a su madre que ubicara a las muchachas que la acusaban y que en ese momento ya eran mayores de edad, incluso con hijos. Le pidió que fuera donde ellas con sus niños pequeños. Un casero, que vendía el pescado a su madre Miriam, vivía en el barrio Fredonia y le dijo que conocía a las tres muchachas. El casero la acompañó a hablar con las madres de las jóvenes. Sólo pudieron localizar a dos de ellas, pero la madre de Paola logró hablar también con la familia de la tercera joven no localizada. La madre de Paola llevó una foto de su hija encarcelada. Las dos muchachas negaron que esa fuera la «Amiga Paola» que las llevó donde el caricaturista. Una de las madres le dijo: «Cuente con nosotros para todo lo que necesite porque el papá de mi hija duró 7 años en la cárcel de Ternera por un delito que no cometió».

Las dos muchachas decidieron ir a la cárcel de San Diego a visitar a Paola, al igual que un hermano de la tercera muchacha que no aparecía. Paola relata que el joven al verla le dijo: «Tú no eres la Paola que llevaba a la gorda donde el señor». «Pues tu hermana me tiene aquí presa», le respondió Paola. «No es mi hermana. A ella no la dejan ni siquiera salir de la Fundación Renacer, que le está entregando una casa para que se vaya de aquí, de Cartagena», afirma Paola que fue la respuesta del joven.

«Mi mamá, mi papá, mis hermanos y
mi ex esposo fueron mis únicos
testigos, los que saben quién soy yo»

Paola dice que había salido al encuentro de las dos muchachas en compañía de otra reclusa y, ya reunidas, la madre tía de Paola, les preguntó: «¿Quién es Paola?». «Ninguna de las dos», respondieron las dos veces que les preguntaron. Entonces Paola dijo: «Yo soy». «Pero nosotros no te conocemos», respondieron las jóvenes. «Pero si ustedes me hicieron un reconocimiento en fotos, antes de que me capturaran en 2011, donde me señalaron» les recriminó Paola. «Y eso ¿qué es?», preguntaron las dos muchachas. Paola les explicó el procedimiento que se describía en el expediente. «A nosotros nunca nos hicieron eso, a nosotros nunca nos mostraron una foto», dice Paola que le respondieron. «Pero hubo una señora anciana que llegó arrastrando un caminador, que decía que era de Bienestar Familiar, y que las había acompañado a hacer las denuncias», les dijo Paola. «Nosotros no hemos ido a ningún Bienestar Familiar a hablar del tema. Sólo supimos un día en la Fundación Renacer que habían capturado a la señora que nos llevada donde el señor, pero no sabíamos que era usted a la que tenían aquí», recuerda Paola que fue la respuesta de las jóvenes, que ya han ratificado estos testimonios ante una Notaría y la Fiscalía. Paola recobró desde ese día buena parte de su paz perdida el 30 de octubre de 2011. Otra vez tuvo esperanzas.

«Ellas estaban deseosas de ayudarme a salir de aquí y también querían hablar con la prensa para contar todo esto. Lo hicieron en el periódico El Universal y en el periódico Q’hubo, acompañadas de una investigador judicial para dejar constancia de que no estaban siendo amenazadas ni presionadas, como dijo La Fiscalía la vez que no me reconocieron entre una fila de reclusas antes del juicio. Esas entrevistas las leyó todo el mundo», enfatiza Paola. Pese a que los dos diarios le notificaron a la Fundación Renacer que estaba siendo señalada por las muchachas entrevistadas, la Fundación Renacer se excusó de dar declaraciones para esas entrevistas, argumentando, no ser contraparte en esta causa.

Un domingo de agosto de 2015 le fueron a avisar a Paola en su celda que tenía una visita. «La busca una joven que se llama Jesica», le dijeron. Paola no la relacionó con nadie ni con nada en especial. Cuando salió a su encuentro debió reparar unos segundos a la muchacha gruesa antes de preguntarle. «¿Qué Jesica eres tú?», le preguntó Paola. «Soy Jesica, la de tu proceso y te quiero ayudar». Era la tercera joven que no había podido ser localizada. Se presentó a la cárcel de San Diego

siendo mayor de edad. Se había escapado de la Fundación Renacer. «Yo he visto crecer a mis hijos aquí presa, sólo porque tú dices que yo te llevaba donde el señor Alberto, si tú a mí ni siquiera me conoces», le arrostró Paola. «En la Fundación Renacer me mostraban las fotos del periódico cuando fuiste reina de esta cárcel y me decían que esa era ‘Paola’.

«Pero la cárcel la hice yo,
no dejé que la cárcel
me hiciera a mí»

Pero estoy aquí porque quiero ayudarte. Ya mi mamá y mi hermano te conocen y se dieron cuenta que eres inocente y me hicieron ver las cosas, que en cualquier momento de la vida yo puedo pagar por esto que te estoy haciendo». Paola la llevó a su celda y le mostró fotos de sus hijos y su madre. Le contó que llegaron a decir que su madre las había amenazado para que no la reconocieran entre una fila de reclusas antes del primer juicio. Paola cuenta que Jesica empezó a relatarle que en la Fundación Renacer le explicaban lo que tenía que decir y hacer». «Pero, ¿por qué me escogiste a mí? Le hiciste mucho daño a mi familia. Todo esto es injusto», volvió a recriminarle Paola. Jesica declaró en los siguientes días ante un Notario sobre la grave equivocación que se cometía con Paola Maldonado. Pero luego desapareció y no había forma de que ratificara eso mismo ante la Fiscalía.

Cuando la ubicaron después de muchos esfuerzos, al final del barrio Fredonia, la encontraron indispuesta y diciendo que no iba a ir así a la Fiscalía. Sus hermanos le insistieron en lo crucial que era eso para hacer justicia. «Dijo que iría entonces así, con la misma ropa sucia que tenía», dice Paola. Pero Jesica finalmente no fue a la Fiscalía. Paola se entristeció de nuevo al saber de esto. Luego supo de una interna que era amiga de Jesica y le pidió convencerla. La reclusa llamó a Jesica por teléfono desde la cárcel y pudo colocarla en buena disposición para contar la historia a la Fiscalía. Paola volvió a llorar, pero esta vez de felicidad «¡Dios mío, tú eres grande!», decía una y otra vez. La alegría fue general en toda la cárcel y en toda la familia de Paola.

El domingo 8 de mayo de 2016 se festejaba el día de las madres en la cárcel de mujeres de San Diego. Llevaron música mexicana. Un mariachi buscaba desesperadamente a Paola. Las guardianas le avisaron y se hizo el encuentro. Se trataba de Cristian, sobrino de la esposa de Alberto Vivanco, el caricaturista implicado en esta historia. «El muchacho no me conocía», dice Paola. Cristian le dijo que había estado 8 meses atrás en Caracas y que Alberto Vivanco le mandaba a decir que en qué le podía ayudar. «Qué busque que lo ayuden a él», fue la reacción primera de Paola. Pero en estos momentos Alberto Vivanco ha empezado a colaborar para aclarar la situación que sufre Paola, su familia y sus seres queridos.

«Aunque salga libre por cumplimiento de parte de la pena, yo quiero justicia y que mis hijos y mi familia queden tranquilos», dice Paola, que al interior de la cárcel no ha dejado de hacer cursos de alimentos y bebidas, de emprendimiento empresarial, de muñequería, joyería y zapatería, al tiempo que produce diversas artesanías, atrincherada en su máquina de coser la mayoría del tiempo. «La cárcel la hice yo, no dejé que la cárcel me hiciera a mí», concluye Paola.

Trabajando2

(Foto Humanidad Ahora)
Fachada de la Cárcel de mujeres de San Diego, Cartagena de Indias

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Hérnan Urbina Joiro

Hérnan Urbina Joiro

Escritor y humanista colombiano.