Escritor y poeta colombiano. Sitio oficial.

Breve comentario de Canciones para el camino

Comentario a Canciones para el camino de Hernán Urbina Joiro

Comentario a Canciones para el camino de Hernán Urbina Joiro

Estos versos son el testimonio vivo de un hombre que recuerda las escenas de su niñez[1] , el hechizo y la fascinación hacia su padre[2], y esas primeras imágenes de masacres que terminaron prematuramente con su infancia. Ahora bien, un escritor no de oficio sino de advocación, tiene casi por rutina el ejercicio de plasmar en el papel retazos de vida, fragmentos de existencia que por conciencia o por impulso quedan allí indistintamente.

Transitar por “Canciones para el camino: poesía escogida 1974-2019” de Hernán Urbina Joiro, es una experiencia aparte de pasional, introspectiva. A la manera de confesión, de comunión consigo mismo, el autor confía y comparte sin más, buena parte de su vida. Un ser humano que además de sensible, pone al desnudo los sobrecogimientos, las experiencias y los dolores compartidos con todos aquellos que hemos tenido la dicha y al mismo tiempo la desventura de compartir esta tierra.

Con seguridad, y sin derecho a equivocarme, se recurre a la hoja en blanco como cómplice o como intimo compañero, no para hacer público muchos de los pensamientos, sí con la intención de alivianar el alma. Esta obra es la depuración de muchas letras que en un tiempo permanecieron en el anonimato, ahí, esperando a ser retomadas.

En ellas se concibe los paisajes, los viajes, los deseos, los interrogantes, la historia de sus pueblos, ciudades y de Colombia misma. Al igual que los abismos, matanzas, dolores, perdidas, incertidumbres, sueños, ilusiones y anhelos que dan cuenta de la vida misma: su vida.

De tal suerte, el titulo hace honor al contenido del mismo. Diversas melodías para el discurrir por la vida. Son rimas para el trasegar… Es la composición musical de su vida.  Estos 182 poemas escritos a lo largo de medio siglo aproximadamente son el compendio de una vida llena de sonoridad y vicisitudes.

Así, la belleza del conocer, del saber visto, el secreto de la mujer amada, la inmensidad de la experiencia humana, el interpelar por el ser. Sin embargo, todo hombre que reconoce que ha vivido y que es consciente de dicha experiencia en un tiempo y en un espacio, aprecia la plenitud –ciertamente-, aún más los eventos desafortunados que por azares de la vida, “tocan” vivir.

Entonces se encuentran no pocos fragmentos de la Historia de Colombia que se fijaron en la memoria de este hombre, donde soslayadamente, vislumbró el devenir trágico:

1983. Oro negro trajo marzo por caudales,
A raudales crece Caño Limón.
Colombia exportador,
Era impensable,
El petróleo surgió y podría borrarle
Al país la miseria, su enorme baldón.

1984. Marzo avisa que hay naciones al interior de Colombia,
adentro en las llanuras del Yarí,
la más grande se llama Tranquilandia, quizás seña de las sombras
que la coca arrojará sobre el país.

Campiñas del bien y del mal que hoy se nombran,
¿qué alegrías y tristezas traerán por aquí?[3]

Muchos fueron los campesinos, periodistas y personas que hicieron contrapeso a la injerencia de la mafia y que lastimosamente pagaron con sangre su defensa. Sin embargo, este mismo año, y tan solo un mes después -abril de 1984- sobrevino el asesinato de un hombre que, entre otras cosas, se ocupó por perseguir a los narcotraficantes.

Todo por pedir al Director de la Aeronáutica Civil de la época, cancelar los permisos de operación y revocar los certificados de tráfico de estupefacientes a las naves encontradas en el complejo cocalero denominado Tranquilandia. Desde la incapacidad de hacer algo, Urbina Joiro sentenció:

Si ajusticiaron al Ministro de Justicia,
¿a quién no podrían ajusticiar?[4]

Años turbulentos, en donde los acontecimientos aciagos vinieron uno tras otro, y donde la población no salía de un estupor para entrar a otro. Ocurrió la Toma del Palacio de Justicia el 5 y 6 de noviembre de 1985, suceso que -aún hoy- tiene más interrogantes que certezas, o la única que hay es que fueron muchas las vidas sacrificadas.

Gritos abrazados
en humo oscuro
escaparon,
otros impresos quedaron
en terco negro borrón,
en ruinas chamuscadas.
-28 horas- 100 almas quemadas
gimieron a un mismo clamor.[5]

A una semana de la quema del Palacio de Justicia, tuvo lugar la tragedia de Armero. El 13 noviembre de ese mismo año, y pese a advertencias, el desastre natural sepultó bajo el barro, la piedra y la ceniza a más de 30.000 personas. Y junto a esto, el sin sabor de que ese evento desafortunado se pudo haber evitado y al unísono, la imagen de una niña que atrapada, sin salvación alguna, de mirada ingenua y desesperada, se convirtió en el retrato de la fatalidad.

Hasta su muerte, de pie.
Atrapada por tres días.
Rescatarla no podrían.
Murió el día 16.

Simbolizó la inocencia, la imprecisión, la pobreza
de aquel valle de tristeza convertido en camposanto.
Imposible recobrarlos, por millares enterrados
bajo el fango y la pavesa[6].

La memoria de Urbina Joiro en asocio con la historia de Colombia tiene la marca de una especie de desdicha, una añoranza de lo que pudo ser y no lo fue. Ciertamente hay perdidas que conmocionan, más aún cuando el sacrificado tenía el apoyo de miles de ciudadanos. Acaeció con Galán al igual que con Jaime Garzón.

A veces se oye preguntar,
¿si cae un gran árbol
en bosque desolado
un sonido se oirá

En la soledad
que aún vive Colombia
resuena Galán.”[7]

Remembranza, en el que el hecho insignificante tiene la trascendencia que le merece. Escribir es desahogo de las ruinas en las que nos convertimos constantemente. Aun así, existen situaciones las cuales son contempladas desde la lejanía o la proximidad, no vividas en el instante preciso. Mas el azar privilegia o castiga, -según sea el caso- convirtiendo a algunos en observadores a otros en víctimas.

De modo que pareciese que este hombre tuviese la sagacidad para esquivar el peligro. Específicamente en la visita que hizo al conocido restaurante un día antes de la conocida “Masacre de Pozzeto”, suceso que sacudió a la “Atenas suramericana” y que años después -2002- Mario Mendoza retomó en su novela titulada Satanás.

Estos poemas de corte autobiográfico custodian experiencias cercanas de eventos quizás fortuitos como el vuelo de Challenger, El cometa Halley, El accidente de Chernóbil, La caída del Muro del Berlín, y a su vez, acaecimientos que no dejaron registro alguno, y que el autor lleva consigo.

Son varias las imágenes que recompone el autor y con las cuales se identifica como viajero de este mundo hasta ahora posible, los ríos, los luceros, la luna, las calles, los atardeceres, las casas, las tertulias, los amigos, sus lecturas. Y con estas el recuerdo caluroso del amor. Un ser que caminó con la duda del saber si se es amado, la duda del deambular con el rostro adorado, la eterna sombra de un querer.

Estos poemas son un reflejo de su sentir, son intimidades en letras que confirman aquello de que “ser hombre en realidad es vibrar en vida”[8]. Ese palpitar lo constituye los hechos corrientes y los furtivos. De sus múltiples estadías hay detalles que posibilitan recrear su existencia, de modo que estando en Bogotá:

Cada día
mi recorrida
al hospital
es tristeza de cruzar
la plaza derruida.
He hecho mía esta desdicha
que supongo adivinar.
La muerte sigue su senda
sobria
mientras cada quien despierta
de cada muerte propia
y de cada muerte ajena. [9]

Se cambia constantemente y sin embargo “el sitio donde nacemos es, por eso mismo, parte de lo sagrado, de lo que es de reverenciarse durante la vida”[10], de modo que quien escribe lleva consigo todo lo que constituye su lugar de origen: la provincia y sus imaginarios. Y por ello el eterno retorno o la búsqueda constante de elementos que lo trasporte a esa tierra sacra.

Me conmueve decir que eres, tierra mía,
nuestra fuerza y nuestra unión
porque encarnas el alma de la poesía
y el acordeón.[11]

La vida nos pertenece y ya estando en ella, de a poco nos descubrimos. Aprendemos en qué somos diestros e intentamos buscar trasmitir eso que nos da plenitud. En tal sentido, y como bien reconoce Urbina Joiro, el tacto que tiene por las letras y su sonoridad inspirado por su padre, lo convirtió en un hombre sentimental, apasionado, delicado, intuitivo.

Podrás pensar que no vivo la vida,
que no soy realista por tanta poesía[12]

Ahora bien, esa habilidad para componer, le trajo más de una amistad con las cuales tenían en común la pasión por las letras –Manuel Zapata Olivella- y el vallenato. Entones no es fortuito la influencia y reconocimiento por la labor del cantante y compositor Rafael Escalona.

En el vallenato de hoy y de ayer,
existió alguien revestido de majestad
y su nombre es Rafael”[13]

La remembranza de ese lugar que, por demás, le dejó la bella herencia de amistades y el vallenato, esa tierra bella: Valledupar.  Todo lo querido esta o estuvo en esas tierras. Venezuela, La Guajira y el Cesar, tierra de amigos:

Vengo de La Guajira donde el abrazo y el beso
cabalgan por un sendero
lleno de luz y Sol[14].

El tiempo avanza y paulatinamente nos volvemos no necesariamente más sabios, sí más avezados en aquellas pericias que nosotros mismo generamos. Este pequeño lapso que llamamos vida nos da la magia y lo absurdo en el amar.  Amar implica muchas veces congojas y tristezas.

El amor es violento. Y con todo, el tiempo hace de las suyas sin hacer mucho ruido. Con intencionalidad, en más de una vez, un rostro dorado de ojos oscuros y cabellos abundantes y de color oscuro aparece para ser recordado.

Bonita, mi azucena, bonita,
por siempre seré triste, por siempre,
tú fuiste mi página linda,
de oro, como el cabello que tienes.[15]

Quizá todos cargamos con un querer, de esos que son fuertes, de esas llamas que se niegan a extinguir, esos amores sagrados a los que le debemos sacrificio cada que volvemos a ellos. Y con toda la razón del mundo, Urbina Joiro afirma con sabiduría:

Cada quien sabe en esta vida
las cosas que no olvidará[16]

Una más:

Nada puede retornar la dicha, otra vez,
que tiraste al despedirte,
por dentro me destruyes tanto, mujer,
que callarlo es imposible,
yo soy quien cuando hablar de amores
baja la cabeza triste,
aquel que en la sonrisa esconde
tristezas cuando alguien lo mire17]

Este sufrimiento latente en mucha de su prosa, resulta cautivador a la manera de un fado portugués. El desgarro y el lamento llevaron a este hombre a lugares lejanos intentando encontrar aquella mujer. Un hombre que recorre su camino evocando la duda de su otro destino. Se deja lo que es querido. La ambivalencia, la indeterminación. La lamentación de un amor que necesitó ser afirmado.

Al comienzo de “Dímelo”:

¿Cómo saber que es dolor?
El viento gime
y podría ser de amor.”[18]

 

Y al finalizar:

 

¿Cómo saber que es amor?
El viento gime
puede ser la flecha del vengador,
dime.[19]

 

En esta obra se encuentra una polifonía con cadencia autentica. Tiene la facilidad de la nostalgia y la alegría de vivir. Él vive el poema cantado. Y reposan en su composición las grandezas que no se pueden nombrar, poemas como “Si no has de volver”[20], “Bendita seas”[21], “A un cariño del alma”[22], o “Adivinando a mi hija”[23] son muestra viva de la experiencia, de lo que considera sagrado y adorado; toda su luz y sus tinieblas. Es el  “sentirse ser todo y luego no ya”[24].

Valeroso es aquel que, aun sabiendo los riesgos inminentes, se lanza. Cualidad indispensable para querer, para cantar, componer, para conformar una familia. Para cualquier empresa hay que tomar una decisión valiente asumiendo las responsabilidades que ellas implican. Inconclusas algunas de ellas, estos versos musitan a una época triste.


Todos saben que un romántico canta

nadie sabe a qué indecible delirio[25]

A este dejo melancólico, se le suma el hombre que comete al igual que los otros equivocaciones y desaciertos, y donde él admite “siempre me arrepiento de pecar. Todo el tiempo soy perdonado”[26]. Por consiguiente, Canciones para el camino son las letras maduras de un hombre que no tiene quejo por su existencia.

Por el contrario, se lee una especie de gratitud por una experiencia colmada y cultivada a la manera de una fuerza vigorosa que ha orienta su camino: su tierra, su acordeón, sus letras, sus quereres.


Tengo las penas bien llevadas,

tengo las dichas bien vividas,
la ensoñación de las guitarras,
lo inevitable de la rima[27]


Luisa Fernanda Pérez
Historiadora. Universidad de Antioquia.
Manrique-Medellín

Comentario a Canciones para el camino de Hernán Urbina Joiro

[1] “Podría medir mi edad en aquel tiempo por el tamaño de la mesa bajo la enramada de uvas, por su entablado que atravesaba el enorme azul y yo apena a saltos podía tocar el borde”. pág. 20.

[2] A su muy bien amado padre:

…que yo soy esa parte
de la tuya que aún no muere.
Es tanto el camino que hemos recorrido
siendo tu buen amigo,
dos viejos amigos,
que llevan el mismo coraje en la voz
y la misma fuerza al cantar a un amor,
juntos la alegría de otro despertar,
juntos la tristeza de la adversidad. En: “Dos viejos amigos”. pág. 140

[3] “Campiñas del bien y del mal”. pág. 74.

[4] “Lara Bonilla”. pág. 75.

[5] “Del palacio que sigue ardiendo”, parte II. pág. 80

[6] “Avalancha.” Estrofa IV. pág. 85-86.

[7] “Luis Carlos Galán”. pág. 180.

[8] “Pasión”. pág. 112.

[9] “Los Mártires”. pág. 72.

[10] Libro III. Cantares del aire con que nací. Valledupar 1989-1991. pág. 151.

[11] “Valle, eterno Valle”. pág. 154

[12] “Pasión”. pág. 113.

[13] “Escalona”. pág.137.

[14] “Vengo de La Guajira”. pág. 109

[15] Páginas de oro. pág. 123.

[16] “A ti, en tus jardines”. Pág. 292.

[17] “La última palabra”. pág. 106

[18] “Dímelo”. pág. 114

[19] 116

[20] 174-175

[21] 242-243

[22] 282-283

[23] 338-340

[24] “Por tus besos”. pág. 213.

[25] “Más romántico que nunca”. pág. 215.

[26] “Escarnio”. pág. 28.

[27] “Ensoñación”. Pág. 274.


Comentario a Canciones para el camino de Hernán Urbina Joiro


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Comentario a Canciones para el camino de Hernán Urbina Joiro

 

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Hérnan Urbina Joiro

Hérnan Urbina Joiro

Escritor y humanista colombiano.