Cantar para rendir la muerte o La gracia de Orfeo | Hernán Urbina Joiro
La poesía y la música crean mucho más que simples recuerdos: dan acceso vívido a lo que se ha perdido, posibilitan relacionarse de nuevo —mejor— con lo extraviado, reconectan el pasado con el mañana, reaniman la confianza. Pero, en la soledad, sin la común-unión con otros, con la gracia de desafiar el inconsciente con el arte también se corre riesgo de sufrir la tristeza letal de Orfeo, derrotado por sus fieras internas antes de sacar viva a su esposa de los infiernos.
Acudimos a la música y a la poesía cuando se ha perdido —o se teme perder— algo, incluso en medio del éxtasis, que tampoco tiene paz. Al recordar al más grande cantor de la mitología griega, Orfeo, parece aceptable decir que la lira y el canto actúan, precisamente, en ese terreno, en la quietud de lo que no pareciera tener quietud alguna. Virgilio escribió que Orfeo era capaz de actuar sobre la naturaleza y que su lira pudo detener a la luna.
Parece también incontestable que lo que puede llegarnos del exterior y conmovernos, como indicó Freud, debe superar las barreras de la conciencia y desafiar las fuerzas —las fieras— del inconsciente. Pareciera obvio que la música y la poesía pueden llegar hasta nuestras fieras internas y vencerlas… la mayoría de las veces.
No sé, exactamente, qué es y cómo funcionaría la arte-terapia, pero antes de escribir versos a los nueve años y escribir canciones desde los doce, estuve enfermo por el asma y la migraña.
A los 12 años al ganar el Festival Nacional de Compositores Vallenatos, al entrar en común unión —comunión— con el resto del mundo con mis cantos, me sané de todo eso. Sólo por esto pienso en tener la posibilidad de decir con Goethe: «Mis canciones me hicieron a mí y no yo a ellas».
Sólo se canta porque
algo se ha perdido o
se teme perder…
Igual, al recitar: Anda sin pensar: se fue la juventud, mi padre / Que yo soy esa parte / De la tuya que aún no muere, le recito de nuevo a una persona que me escucha, que celebra esos versos míos, con los que renuevo mi amistad y me llena otra vez de alegría —me vivifica— toda su vida, tras una década de haberse muerto.
Eso, me parece, es mucho más que un simple recuerdo. Pero se sabe de antiguo que por las artes —o pese a ellas— también se puede llegar a la autoaniquilación. El análisis es complejo.
En este instante puede ser necesario remarcar que todo aquel que aprecia el arte conoce que por él se entra en contacto con el artista que lo creó, así sea de otro milenio, y que por una obra artística puede compartirse a distancia con otras personas, de manera muy cercana, los mismos buenos y malos momentos vividos.
En la común-unión con otros, por el arte, está lo mejor que podemos esperar del arte mismo. Pero ya se ha adelantado en este texto: En solitario, las fieras interiores desafiadas por lo artístico pueden llegar a tener la ventaja, pueden llegar a ser muy lastimadoras, pueden llevar a la sin salida fatal de Orfeo.
Pero una serpiente no tardó en morder en el talón de Eurídice, causándole la muerte. Los cantos y las melodías tristes de Orfeo conmovieron a los dioses del Olimpo que, empapados en lágrimas, le aconsejaron descender al inframundo para traerse de vuelta a su esposa.
Camino a los infiernos, Orfeo convenció con su lira a Carón para que lo llevara en su barca a atravesar el rio Estigia, que ningún mortal había cruzado.
Ya casi en la superficie, Orfeo dudó de si realmente lo seguía Eurídice y volvió la cabeza para verla desvanecerse a poca distancia de sacar el último pie del inframundo. Orfeo no pudo convencer en adelante a nadie para regresar de nuevo por Eurídice.
Murió despedazado por las Ménades —enfurecidas— y sólo las Musas se compadecieron de él, lo volvieron a unir antes de sepultarlo y pidieron a Zeus que resguardara su lira en las constelaciones.
Es palpable también que cantó para recuperar lo perdido y en efecto lo consiguió. Pero además es entendible que, en solitario, —sin nadie a su frente y sin poder mirar atrás— las fieras del inconsciente lo embistieron: la vacilación, la impaciencia, la aprensión, la falta de confianza, todas lo vencieron y lo llevaron a la fatalidad.
La poesía y la música crean
mucho más que recuerdos
No hay mucho para poner en duda que la música y la poesía son medios, como pocos, que generan enorme placer, que vuelven a reconciliar lo que estaba destemplado, que direccionan en un sentido vitalista a los grupos humanos que logran una común-unión alrededor de ellas.
Pero aún entre ciegos, la música y el teatro son todo lo poderosas que pueden ser, especialmente, en medio de otros, concretadas en la compañía de otros. A Orfeo parecieron faltarle amigos que le avivaran desde el reino de los vivos, o incluso desde el reino de los muertos, para salir cantando de los infiernos con su esposa viva.
Cantar para rendir la muerte es una de las invitaciones de este texto, pero invitación a cantar con el resto de la humanidad posible para que la de Orfeo sea auténtica gracia y no medio aniquilador; cantar para rendir lo perversamente destructor, para tocar aquello que aconseja el gran escritor y médico mexicano, Arnoldo Kraus, en la voz de uno de sus pacientes: «Nunca permitas que la muerte te borre o te mate antes de morir».
La música es teatro para ciegos,
cada cual le presta a los
personajes los atributos que
su imaginación sugiera
Alejo Carpentier
LECTURAS RECOMENDADAS
Carpentier Alejo. Ese músico que llevo dentro. Madrid. Alianza Editorial. 1980.
Kraus Arnoldo. Dolor: notas. Revista Humanidad Ahora, número 5, 2016. https://www.humanidadahora.org/30-opinion-dolor-notas
Píndaro. Odas y fragmentos. Madrid. Gredos. 1984.
Urbina Joiro. El artista y la enfermedad. Revista Humanidad Ahora, número 1, 2014. https://www.humanidadahora.org/37-ensayo-el-artista-y-la-enfermedad
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